Arrancamos… Los sindicatos han sido particularmente activos. En febrero de 1959 Demetrio Vallejo, un impetuoso comunista con rostro infantil, encabezó una huelga de los ferrocarrileros que paralizó a Ferrocarriles Nacionales, la más grande de 13 líneas de ferrocarril independientes. El gobierno de López Mateos (1958-1964) de inmediato aceptó la demanda de Vallejo de un incremento de 28 pesos al pago mensual; sin embargo, cuando los agitadores sindicales llamaron a un segundo paro laboral por la negativa del gobierno de extender el convenio a las otras líneas, el ejército bajó salvajemente el telón de esta obra. Las unidades policiales y militares deshicieron la huelga, mataron a algunos miembros del sindicato, arrestaron a otros cientos y permitieron que la empresa estatal despidiera a mil "radicales". Las autoridades pusieron a Vallejo tras las rejas, donde permaneció con una condena de 16 años en 1963, conforme a la ley antisubversión del país. Fue liberado ocho años después. En 1965 los médicos iniciaron una huelga para protestar por el bajo sueldo y por lo que llamaban la "proletarización" de su profesión. Los médicos creían que se habían descuidado sus intereses puesto que los obreros les llevaban ventaja en cuanto a prestaciones sociales. Cuando el presidente Díaz Ordaz (1964-1970), de línea dura, se opuso a estas demandas, Ernesto Uruchurtu, cuya arrojada actuación lo convirtió en uno de los regentes más populares de la historia del D.F, aceptó firmar contratos individuales con los huelguistas. Las esperanzas de alcanzar soluciones administrativas a los problemas de los actores políticos se truncaron el 2 de octubre de 1968. Ese día los subalternos de Díaz Ordaz ordenaron a escuadrones que abrieran fuego sobre civiles desarmados reunidos en la Plaza de las Tres Culturas. El presidente justificó la masacre, que extinguió la vida de cientos, tal vez miles, de vidas, invocando la amenaza de "provocadores armados" "comunistas subversivos". El primer mandatario estaba convencido de que esta excusa parecería creíble en vista del conflicto anticomunista estadounidense en Vietnam y las acciones violentas de los estudiantes universitarios franceses. Las pruebas indicaron que no había amenaza externa en México, que los que protestaban eran estudiantes y otros ciudadanos con reclamos legítimos y que el régimen había preparado plazo para reprimir drásticamente a sus detractores. Díaz Ordaz estaba decido a tener paz para los juegos olímpicos que se llevarían a cabo en México en noviembre de 1968. Relatos documentados de una gigantesca pira donde se quemaron los cadáveres, así como de torturas generalizadas a los prisioneros oscurecieron todavía más la imagen del partido gobernante. El baño de sangre de octubre de 1968 radicalizó a estudiantes, intelectuales, periodistas, miembros de los partidos de oposición, sindicatos no afiliados al PRI y otros que se unieron o fundaron organizaciones para deponer al partido gobernante. También reafirmo la importancia del Distrito Federal como lugar para escenarios políticos alternos. Finalmente, un movimiento guerrillero, la Liga 23 de septiembre, surgió en esta época. Varias ideologías socialdemócratas, anarcosindicalises maoístas, cristianas y nacionalistas impregnaron a los grupos no violentos y dieron origen a una nueva generación de actores que se oponían a la clase dirigente. Durante el periodo de 1976-1982, en el que Hank González fue regente de la ciudad, la construcción de la línea 3 del metro y de los ejes viales Norte 1 y 2 motivaron protestas. Estas palidecieron en comparación con las que estallaron varios años después de que el flamante profesor" abandonó su cargo. Aun cuando la capital siguió siendo la principal arena de mítines y protestas por parte de los inconformes, el vínculo del país con la economía global redujo la capacidad de la ciudad del PRI y de los líderes nacionales para resolver los problemas internos. MI VERDAD.- Se sigue llenando el zócalo