Arrancamos… La historia de Roma gira en torno a los dramáticos acontecimientos a través de los que la república dejó paso al imperio. Julio César fue asesinado por Marco Bruto, Casio y sus seguidores en el año 44 a.C., pero los asesinos fueron derrotados por Octavio, primo de César, y su aliado Marco Antonio. Cuando estos dos rompieron filas, Octavio derrotó a Antonio en la batalla de Actium en el 31 a.C. y volvió a Roma, donde rehízo la constitución para adaptarla a las nuevas circunstancias. Hizo esto con tanto éxito que lo que él gobernó como un imperio mantuvo la forma de una república durante los siguientes doscientos años. Roma es el ejemplo supremo de la política como actividad dirigida por hombres con cargos que limitan claramente el ejercicio del poder. Cuando los romanos pensaban en el poder, utilizaban dos palabras para establecer una distinción importante: potentia significaba poder físico, mientras que potestas significaba el derecho y poder legales inherentes a un cargo público. Además, todos estos cargos compartían el imperium, la cantidad total de poder del Estado romano. Estas dos formas de poder estaban separadas de otra idea que constituía la contribución más significativa de los romanos a la política: la auctoritas. Significativamente, este término representaba el punto de unión de la política con la religión romana, que incluía el culto a la familia, y, por tanto, a los ancestros. Un auctor o autor era el fundador o iniciador de algo: una ciudad, una familia, incluso de un libro o una idea. El depósito de auctoritas estaba en el Senado, al ser éste el cuerpo más cercano a los antepasados. Esto se ha descrito como más que consejo, pero menos que mandato, y el respeto que infundía en los romanos era el verdadero origen de la habilidad política de éstos. No era, en ningún sentido, una forma de poder político, pero los encargados de dirigir la res publica, los asuntos públicos, no lo ignoraban a la ligera. Roma iba fascinando a otros pueblos a medida que 8 u poder se expandía, y en el siglo Il a.C., cuando conquistó el mundo helénico, el historiador griego Polibio explicó a sus compatriotas cómo era este nuevo dominador y sino del mundo. Familiarizado con la ciencia griega de la degeneración cíclica de los gobiernos, Polibio explicaba el éxito de Roma por el hecho de que no se podía describir su constitución como monárquica, ni como aristocrática, ni como democrática, porque contenía elementos de las tres. El resultado de esta combinación de poderes, escribió, "es una unión lo suficientemente fuerte como para hacer frente a todas los imprevistos, de forma que es imposible pensar en una forma de constitución mejor que ésta". Admiraba sobre todo la entereza con que el Senado encaró el mayor desastre de su historia: la derrota que Aníbal, el jefe cartaginés, les infligió en Cannas en el año 218 a.C. Aníbal envió a Roma una delegación de prisioneros romanos a los que se hizo jurar volver a sus captores una vez que hubieran negociado el rescate de sus compañeros de infortunio. Los romanos rechazaron rescatar a sus soldados a pesar de la gravedad de la situación, pero enviaron de vuelta aquella delegación a Aníbal como el honor mandaba. El prestigio de Roma se basaba, en gran parte, en una fuerza moral evidente para todos los que tuvieran tratos con ella. El soborno de oficiales era un delito ca-pital, y se podía confía en el juramento de los romanos. Polibio sentía la necesidad de justificar esta característica a sus cínicos coetáneos griegos: recordaba que los romanos habían adoptado creencias supersticiosas sobre el castigo en la otra vida, pero sólo porque éste era el mejor modo de hacer que el pueblo fuera virtuoso. Los judíos que se encontraron con los romanos más o menos al mismo tiempo, sentían una admiración similar por un aliado tan constante; ninguno de sus generales se destacaba ni “reclamó grandeza para sí, poniéndose la corona o vistiendo la púrpura". En aquellos primeros días predominaba el amor a la patria, pero con el tiempo el éxito y la riqueza empezaron a corromper a los romanos, que cayeron entonces bajo el dominio de formas de orden despóticas que antes habían encontrado repugnantes. La virtud y la libertad declinaron a un tiempo.
MI VERDAD.- Fue la literatura de Roma, sobre todo la de Cicerón, la que persuadió a los europeos posteriores de que sólo la virtud era la condición de la libertad.