Arrancamos… DIOS ES LAICO.- Octavio Paz, 10 meses antes de morir, en la que fue su última editorial en el periódico Reforma (con motivo de la jornada electoral del 6 de julio de 1997), dijo: "En las elecciones ha quedado claro que las mayorías se inclinan no por esta o aquella filosofía política, sino por la resolución de los problemas concretos que afectan su vida cotidiana...
Sólo la crítica puede limitar los extravíos de un poder embriagado de sí mismo". En el mundo, dos fenómenos llamaban la atención en el 2000 por su originalidad y trascendencia: la creciente secularización de la política y la inexorable globalización de la democracia.
Respecto del primero, no era nuevo observar en las sociedades los procesos desacralizadores de la autoridad y la hegemonía.
La secularización de la política había aparecido hasta hacía muy poco, representando un eufemismo equivalente a decir que Dios es laico.
A los políticos, desde siempre, el pueblo los veía como sacerdotes de una orden religiosa ungida por Dios para decidir la vida de los hombres.
Impensable era la idea de la participación ciudadana en otra cosa que no fuera el sufragio; impensable también el cuestionamiento y la crítica; impensable aún más la autocrítica.
El tema de la globalización de la democracia era todavía más complicado. Tanto el mandato capital de la doctrina de la soberanía como la autodeterminación y la solución pacífica de las controversias emergían como resultado de una historia preñada de conquistas e intervenciones extranjeras que, ante la inminente internacionalización de la economía y las comunicaciones hasta las religiones, adquirían nuevos fueros y estructuras.
Parecía que el fenómeno era el resultado de una fuerza nunca antes vista, que emanaba de una emergente conciencia democrática.
En medio de esta nueva realidad (negada por las élites gubernamentales) no era posible ignorar las circunstancias, entre otras, la globalización jurisdiccional de los derechos humanos.
La soberanía en la administración de los derechos humanos trascendía la autoridad de los gobernantes, y también era claro que la soberanía de los poderes gubernamentales cambiaba al poner a juicio la sacralidad y autonomía de la nación-Estado.
¿Hasta dónde se podía llegar?, ¿qué implicaba la aparición de las cláusulas democráticas de los tratados comerciales, como el de la Comunidad Económica Europea?, ¿las dobles y triples nacionalidades, producto de migraciones y fenómenos transculturales?
La práctica de la validación de la legitimidad de los gobiernos y su evolución democrática ¿implicaba en teoría la futura sustitución de los organismos nacionales de justicia? Kofi Annan, secretario general de las Naciones Unidas, decía que, frente a la brutalidad de los extremos de los poderes nacionales, del combate entre la inmensa riqueza y las hambrunas, el imperativo del respeto a los derechos del hombre y la violación sistemática de sus derechos hacían necesaria la intervención supranacional de la Organización de las Naciones Unidas.
En el fondo, esta idea conllevaba fundamentalmente la preocupación por replantear los límites y alcances de la soberanía. Reinhold Niebuhr, teólogo y filósofo estadounidense, en su famoso libro Moral Man, Immoral Society, planteó, en esta línea de pensamiento, la paradoja de la moralidad del individuo frente a la inmoralidad inherente de las abstracciones sistémicas y políticas.
Por ello, su defensa de la democracia descansaba en el argumento de que sólo mediante ella era posible vislumbrar la realidad de las ilusiones.
De esta idea surgió su famosa definición de la política como una solución aproximada a los problemas insolubles.
MI VERDAD.- En esa encrucijada, la realidad de los acontecimientos trascendía a las constituciones fundacionales de los Estados. Por ello, muchos pensaban que la suerte futura de la globalización de la democracia estaba echada.