POR: SAMUEL AGUILAR SOLÍS
Estamos al inicio del sexenio del presente gobierno y los desatinos que se acumulan son muchos, es un periodo de aprendizaje que están pagando por el desconocimiento del funcionamiento del gobierno, la falta de experiencia, pero en gran parte también por la actitud de arrogancia y cerrazón con la que se actúa y qué decir del capricho “porque lo digo yo”; pero no son ellos los que pagan, obvio, es un costo que el país paga y pagará, y por ello no compete a todos.
El objetivo central del actual gobierno, me parece, es poner al Estado como gran actor de la vida nacional y, dentro de este, al Presidente y en la actuación del Estado darle un papel prioritario al Estado social, pero tal pareciera que como se anuncian los programas y los dichos que los acompañan, más parece Estado providencial que social, es decir, un Estado que su actuación a favor de los pobres es más por un sentido religioso, que derivado de una concepción social que, como bien sabemos, nace de la búsqueda de una mayor igualdad y, por ello, el Estado se convierte en el medio de la distribución de la riqueza a través de programas sociales, pero es también la llegada de un grado de desarrollo de las organizaciones de trabajadores en su lucha por mejores condiciones de vida que tiene también como condición que haya que repartir, es decir, que exista riqueza.
Hace ya un buen rato que la desigualdad y la pobreza han acompañado los distintos modelos de desarrollo en México, pero habría que recordar que justo el inicio se da al entrar en crisis el llamado “milagro mexicano”, el modelo de desarrollo estabilizador que se implantó en el país de 1940 a 1970. La devaluación de 1976 y la crisis de la deuda en 1982 llevaron en la ola global y en la hegemonía del neoliberalismo a buscar en los mercados exteriores el camino para nuestro desarrollo y, con ello, la vía para combatir la pobreza acompañando este modelo económico con un programa, por cierto muy exitoso, que fue Solidaridad, pero nuevamente la crisis económica del “error” de diciembre de 1994 acentuaron la pobreza y la desigualdad, incluso desandando lo que en ese periodo se había logrado. Después, los recursos provenientes de los años dorados de un precio alto del petróleo se fueron por el drenaje de la corrupción con la distribución del recurso también a los estados y municipios sin ningún control y mucho menos transparencia y rendición de cuentas, resultados: una mayor pobreza y desigualdad.
El presente gobierno, me parece, tiene claro que esa pobreza y desigualdad hay que disminuirlas como vías para bajar también la delincuencia y la inseguridad, y dice que el financiamiento vendrá del combate a la corrupción, pero sin dar datos duros, aún así me parece que es insuficiente, amén de que no garantizaría la estabilidad de los programas sociales si la economía no crece y ahí radica, a mi parecer, el gran problema de los últimos años. Estamos atascados en no rebasar el 2% de crecimiento económico anual, a todas luces insuficiente para dar empleo formal a los mexicanos que año con año ingresan al mercado laboral y menos para tener unas finanzas sanas para los programas sociales. El actual presidente, en campaña prometió un crecimiento del 4% anual, pero hoy todas las agencias internacionales y la propia secretaría de Hacienda y el Banco de México al inicio del año anunciaron que México solo crecería a un 2%, pero después del arranque y la cancelación del aeropuerto de Texcoco, las huelgas de Tamaulipas, el bloqueo de las vías del tren en Michoacán, los errores en la distribución por la estrategia del combate al robo de gasolina, la NO venta del avión presidencial, y el anuncio del programa para “rescatar” a PEMEX, entre los más sobresalientes, ahora la expectativa ha bajado a menos de dos y si las cosas siguen así creo apenas llegaremos a rebasar el uno por ciento.
Pero aún así me parece que lo que existe en el fondo es la falta de confianza empresarial local y extranjera, por no saber a ciencia cierta cuál es el rumbo que el presente gobierno quiere dar en materia de política económica y el tono que día a día el jefe del Estado mexicano se refiere a los propios empresarios, a sus adversarios políticos y a funcionarios de órganos autónomos, entre otros. Hay que recordar que en política, la percepción cuenta más que la realidad y lo que se percibe es que no se sabe para donde dirigir el rumbo del país en materia económica con tanto traspié y con una siempre presente añoranza del “milagro mexicano” y, por el otro, con una abstracción total de la realidad global, como si no existiera el mercado global y sus mecanismos de funcionamiento y sobre todo de su sensibilidad al quehacer de los hombres del poder.
Se anuncia que hoy se formalizará un consejo asesor para la inversión, pero eso de nada valdrá si quien toma las decisiones sigue empeñado solo en su intuición y su convicción personalísima de cómo debe de ser el papel del Estado en la economía y cómo se debe de manejar la política económica, lo que sí es claro es que de mantenerse así el rumbo económico, los programas sociales estarán en peligro y para mantenerlos, entonces, como los años finales del “milagro económico” y los gobiernos subsecuentes hasta 1982 solo se podrá sostenerlos con deuda, ojalá no sea esa la ruta y se pueda reencauzar la política económica, por cierto, en un entorno internacional nada halagador, mejor sí escuchar a los que saben y a las personas sensatas y adecuadas. ¿Más nos vale, no?