Ya van 56 años de la matanza de Tlatelolco y nuestro país sigue enfrentando férreas resistencias para avanzar hacia la democratización de la vida pública. Los jóvenes de aquél entonces ya envejecieron, ya han participado en la vida pública y, de algún modo, siguieron aportando ideas y prácticas en torno a la construcción de una patria en la que quepan todas las naciones que la constituyen.
Sigue habiendo resistencias, es cierto, pero muchas otras han sido vencidas, aunque para ello se requirieron otros movimientos más radicales, como el de las guerrillas al que se integraron muchos jóvenes desencantados con nuestra pseudodemocracia. La búsqueda de la transformación social, se hizo primero desde el movimiento pacífico del 68, después con las armas en los años setenta, y luego con los movimientos cívico-electorales que, desde los 80´s, empezaron a jalar a los jóvenes y a los no tan jóvenes hacia la participación en los procesos electorales.
Se lograron reformas políticas que propiciaron que la juventud volteara a ver los partidos políticos como instrumentos de llegar al poder, en lugar de las armas. Así, la vida política se trasladó a la arena electoral disputando cada voto y con ello fueron marcando nuevos derroteros. Se incorporó a buena parte de la disidencia armada, con lo que se pudieron experimentar formas alternativas de buscar la transformación social. El movimiento que llevó a López Obrador es, de alguna manera, el mismo que ganó las elecciones en 1988, aunque la “caída del sistema” impidió entonces que Cárdenas llegara a la presidencia de México.
Tampoco se puede decir que la búsqueda de la transformación social iniciara en 1968 pues ya antes se había intentado la toma del cuartel militar en Madera, Chihuahua, por parte de un grupo de jóvenes profesionistas que se hartaron de los abusos de militares y ganaderos en la sierra chihuahuense. Para entonces también se habían movilizado maestros, médicos y ferrocarrileros buscando oxigenar la vida pública en nuestro país.
La lucha emancipadora ha sido larga y está, aún, lejos de alcanzar los niveles de diálogo en que podamos discutir los proyectos de nación que tenemos los diferentes grupos sociales que formamos nuestro país. Pero ya estamos en eso y se debe gracias a esos movimientos mencionados que junto a su cuota de sangre aportaron también experiencias de participación , de discusión democrática y de búsqueda conjunta de las mejores opciones para la nación.
Ahora a 56 años de que el régimen de Díaz Ordaz aplastara a sangre y fuego las movilizaciones estudiantiles de1968, valdría la pena rescatar las aportaciones que en términos de discusión, estructura organizativa y participación nos dejara el movimiento estudiantil. Cierto que muchas de esas enseñanzas se han revitalizado con las aportaciones los movimientos campesino, obrero y popular urbano de los años setenta, así como el movimiento indígena de finales del siglo pasado. Ahora mismo es el movimiento feminista el que aporta enseñanzas y cuestionamientos a las formas de hacer política de las movilizaciones del siglo pasado. Somos un pueblo en permanente movilización, a veces a través de unos sectores sociales, a veces a través de otros, pero siempre buscando arrebatar la iniciativa a partidos y organizaciones viejas y anquilosadas. La sangre fresca de jóvenes que ahora se movilizan para demandar la aparición con vida de los 43 estudiantes de Ayotzinapa, los colectivos de familiares de desaparecidos, los movimientos de solidaridad con el pueblo de Palestina son, todos ellos, los movimientos que ahora impulsan la renovación de nuestra sociedad, particularmente en lo cultural. Igual que hace 56 años, son los jóvenes los que señalan el camino a seguir.