Arrancamos… Cuando iniciaba el siglo XX posrevolucionario, algunos discípulos de Vasconcelos, conocidos como la Generación de 1915, entendieron que México necesitaba urgentemente un proyecto de nación que le diera rumbo de paz y de progreso. La idea era que, a partir de la Revolución, el país acrisolara su identidad en un estado de derecho, a la vez que de unidad y diversidad incluyente para todos. Alfonso Caso, Vicente Lombardo Toledano, Manuel Gómez Morín, Jesús Moreno Baca, Alejandro Vázquez del Mercado, Antonio Castro Leal y Teófilo Olea y Leyva, desde el foro (de la Sociedad de Conferencias y Conciertos) llamado "El de los siete sabios", idearon en esos años gran parte de las iniciativas e ideas que eventualmente se convertirían, en el siglo XX, en un proyecto generacional para los mexicanos. La Universidad Nacional Autónoma de México, el Movimiento Sindicalista Mexicano, el Instituto Nacional de Antropología, el Banco de México y muchos otros, de mayor o menor envergadura, darían al país la estructura de pensamiento para fundar instituciones, crear un moderno estado de derecho y jurisprudencia y, sobre todas esas bases, para poner en el centro del proyecto nacional la educación y el conocimiento. El crecimiento poblacional, los privilegios, la lucha encubierta de las clases, la internacionalización de la economía, las incursiones bancarias extranjeras, el narcotráfico, el Fobaproa, la decadencia evidente de la política y de sus instituciones, el empleo, la delincuencia, la polarización de los modelos económicos y el talento imperceptible de muchos mexicanos plantean la necesidad urgente de contar con un proyecto de país, a 100 años (confeccionado desde la pluralidad), que ordene y jerarquice la visión nacional de las prioridades (seguridad, pobreza, educación, justicia, salud, relaciones internacionales) y haga congruente el actuar errático de los políticos. Sin embargo, el proyecto de nación no debe ser producto del pensamiento genial de nuevos pensadores, líderes o una nueva versión de "Los siete sabios", ni mucho menos de las ocurrencias coyunturales de los políticos en campaña (Xóchitl Gálvez), sino de la reflexión plural y colectiva de la sociedad. No vivimos ya en un mundo que soporte nuevos fundamentalismos filosóficos, ni imperativos democráticos de ningún tipo que dicten los nuevos rumbos políticos de México. La democracia (tan celebrada) debe ser puesta regularmente a juicio, así como el sacrosanto estado de derecho. Especialmente, la sociedad debe estar alerta para vigilar a aquellos que han encontrado en estas causas una guarida para perpetuar un modus vivendi delincuente. Ahí está, en el pedestal más alto de la patria, el ejemplo inconmensurable del Fobaproa. El siglo XXI empieza a ser el siglo de la conciencia, de la inteligencia, de la verdad cruda que pone a juicio las verdades. ¿Qué representa México en estas circunstancias?, ¿qué proyecto político podría construirse?, ¿cómo poner el bien de México y de sus mayorías por encima de los intereses perversos de las élites?, ¿cómo acabar con la clase política delincuente para que no siga dañando a México?, ¿cómo terminar con la náusea e hipocresías de los fariseísmos políticos de la derecha, de los discursos siempre engañosos de los líderes, de las ofertas huecas de campaña, del dispendio mediático de las elecciones, de la delincuencia organizada de los cárteles políticos, fósiles eternos del proyecto?, ¿cómo cambiar la pasividad de la clase media mexicana, la manipulación monopólica de los medios electrónicos, el saqueo legal de los concesionarios, la falta de respeto a los indígenas, la discriminación consuetudinaria a las mujeres, la falta de oportunidades para los niños, para las nuevas generaciones y para los jóvenes, que incluso con un título técnico o universitario tienen que migrar al extranjero?... El plan concreto sería detenerse un momento para pensar en construir un acuerdo nacional que pueda plasmarse en una gran reforma del Estado no como las de Peña y las ocurrencias de Moreira II y que dé también, por consecuencia, una nueva Constitución política. MI VERDAD.- La participación activa de la sociedad civil en el proceso, el juicio objetivo al estado de privilegios de las élites y la redefinición de lo que significa el estado de derecho y la democracia son cruciales.