En estos días convulsos por lo de los libros de texto gratuitos y la sucesión presidencial de 2024, conviene que le echemos una ojeada a la Cartilla Moral, resumen de los valores de la civilización occidental nacida en Grecia, escrita por Alfonso Reyes, integrante del Ateneo de la Juventud, junto con Antonio Caso y José Vasconcelos; y que también volteemos a mirar la “Oración fúnebre del 9 de febrero”, a la que se refirió en este mismo espacio ayer, el escritor Jaime Muñoz Vargas; para poder entender parte de lo que está pasando.
Para entender el por qué del dolor, transformándolo, hizo una valiosa vida cultural Alfonso Reyes, es necesario saber que su padre el general Bernardo Reyes, el más prestigiado militar de México, después de Porfirio Díaz, y quien como gobernador de Nuevo León, sentó las bases de la industrialización de Monterrey, murió entre héroe y villano, en el inicio de la Decena Trágica, el 9 de febrero de 1913, después de que Victoriano Huerta y Félix Díaz (sobrino del dictador), le tendieron una trampa; liberándolo de la prisión de Santiago Tlatelolco, para ilusionarlo de tomar Palacio Nacional, en cuya acción murió acribillado.
En la cartilla moral, Alfonso Reyes, por quien a Jorge Luis Borges, le nació “su amor por México”, y fue muy admirado por él, nos habla de la moral y el bien, del cuerpo y el alma, de la civilización y la cultura, de los respetos morales, del respeto a nuestra persona, de la familia, de la sociedad, de la ley y el derecho, de la patria, de la sociedad humana, de la naturaleza, y del valor moral; para que sirva a nuestra formación como individuos, hijos, hermanos, padres, ciudadanos y gobernantes.
Alfonso Reyes, redactó la Cartilla Moral, en 1944, a solicitud del entonces secretario de Educación Pública, Jaime Torres Bodet; siendo la primera edición en 1952, la segunda en 1992 y la reimpresión en 2019, de la que la actual Secretaría de Educación Pública, hizo un tiraje de 8 millones 500 mil ejemplares.
La Oración fúnebre de 9 de febrero, fue escrita por Alfonso Reyes, en Buenos Aires, Argentina, en 1930, de la que destacamos:
“¿En qué rincón del tiempo nos aguardas,
desde qué pliegue de la luz nos miras?
¿Adónde estás, varón de siete llagas,
sangre manando en la mitad del día?
“Febrero de Caín y de metralla:
humean los cadáveres en pila.
Los estribos y riendas olvidabas
y, Cristo-militar, te nos morías...
“Desde -entonces mi noche tiene voces,
huésped mi soledad, gusto mi llanto.
“Y si seguí viviendo desde entonces
es porque en mí te llevo, en mí te salvo,
y me hago adelantar como a empellones,
en el afán de poseerte tanto.”