POR: MIGUEL ANGEL SAUCEDO L.
En septiembre de 1971 aún estaba fresca la sangre derramada por los estudiantes masacrados el jueves de Corpus de ese mismo año, y se escuchaban aún los ecos de los balazos disparados por el ejército contra inermes estudiantes aquel 2 de octubre de 1968 en la Plaza de las Tres Culturas. Después de ambas matanzas, el miedo al espacio público, el temor a la discusión sobre los problemas comunes parecía la característica de los muchachos, particularmente de los estudiantes.
El refugio, el lugar favorito para rumiar corajes y desesperanza era la bohemia. Amor y paz a la mexicana, rock y sicodelia ofrecían el sustituto de los sueños frustrados a sangre y fuego el dos de octubre y el diez de junio. Otros habían escogido el camino de las armas y se fueron a la guerrilla, sobre todo a la urbana, aunque también los hubo que se sumaron a la guerrilla rural. Otros más, como don Porfirio Muñoz Ledo imaginaron que el PRI tenía posibilidades de funcionar democráticamente, y se convirtieron en priistas. Algunos de los que se quedaron en la bohemia se pusieron a escribir o, en general, a labores culturales que, de alguna manera impactaron la forma de percibir el mundo de los mexicanos de entonces.
El 11 de septiembre de aquel 1971 los jóvenes habían sido convocados a un Festival de Rock y Ruedas en Avándaro, ubicado en el municipio de Valle de Bravo en el Estado de México. La entrada costaría 25 pesos y a cambio se tendría el derecho de escuchar rock, al tiempo que se presenciaban carreras de autos durante dos días, el 11 y 12 del mes patrio.
Al final se dedicó el primer día a escuchar música participando diversos grupos musicales como Los Dug Dug´s, Tequila, Peace and Love, Tinta Blanca, El Amor, Three Souls in my Mind (que luego se transformaría en lo que hoy se conoce como El Tri, de Alex Lora), entre otros. Música “gruesa” como decían los chavos de aquel entonces y un ambiente festivo y enrarecido pero que, sobre todo, hacía sentir a los jóvenes que nuevamente podían ejercer su derecho al espacio público, gestionado, al menos en alguna medida, por ellos mismos. Esto es importante porque el Estado mexicano era, en los hechos, el dueño del espacio público, el cual podía abrirse para la gente, incluidos los jóvenes, siempre y cuando fuese administrado por el Estado. Así había pasado el 12 de octubre del 68 con los juegos olímpicos y en 1970 con el Mundial de futbol. Ambos eventos fueron masivos pero tutelados por el Estado, el mismo que había arrebatado el espacio público a los jóvenes estudiantes aquél fatídico 2 de octubre.
Lo simbólico entonces del concierto de Avándaro es que, aunque fue convocado bajo un esquema de negocio, los jóvenes asistentes lo transformaron en un gran evento contracultural. Con un par de mentadas, la mención de la palabra “mariguana” y la interpretación de rolas como We got de power fue suficiente para que se suspendiera la transmisión que por radio se estaba haciendo del evento. Eso y otros detalles como el consumo de cannabis, propiciaron que al día siguiente las reacciones institucionales desde el Estado, la iglesia y los medios de comunicación fueran unánimes en la descalificación del evento como una gran bacanal.
Quizá sin proponérselo, nuevamente los jóvenes habían arrebatado la iniciativa a gobierno y empresarios demostrando que era posible autogestionar eventos masivos en los que el rock, el amor y el pacifismo pueden ser la expresión de una ética diferente a la mercantil y autoritaria.