POR: EDUARDO GRANADOS PALMA
Analista internacional en Seguridad Pública,
Inteligencia y Defensa.
www.ciasid.org
El papa Francisco no solo emprende su viaje pastoral número 33º de su pontificado. Nunca antes ha puesto en riesgo su vida ni desafiado a su equipo de seguridad como en esta visita a Iraq. Esta gira es un viejo empeño que ya fue cancelado el año pasado por la pandemia. También fue un sueño de Juan Pablo II que jamás llegó a realizar. Un encuentro pastoral y de acompañamiento a las minorías cristianas de la zona pero también con fuertes vínculos emocionales y espirituales con la visita a lugares como la llanura de Ur, en la base del cristianismo, la tierra del profeta Abraham, padre de las tres religiones monoteístas. El viaje a Iraq, sin embargo, está siendo más cuestionado que ninguno de la treintena anterior por los riesgos que el Vaticano y el propio Francisco han decidido correr. Francisco realizará todos sus desplazamientos en las ciudades que visitará (Bagdad, Mosul, Erbil, Najaf, Qaraqosh) a bordo de un coche blindado y cubierto, ya que normalmente lo hace a bordo de un turismo corriente o subido a una suerte de vehículo descapotable. La seguridad, especialmente porque la ruta se conoce desde hace tiempo, se ha reforzado en todos los lugares que pisará el Papa. Todavía pesa el recuerdo del doble atentado del 21 de enero que causó la muerte a 32 personas en Bagdad y el ataque con cohetes a una base de la coalición contigua al aeropuerto de Erbil el pasado 15 de febrero. Iraq tiene una catástrofe a las puertas: Las crisis del covid-19, la fuerte caída del precio del petróleo, la inestabilidad política, el conflicto entre Estados Unidos e Irán y, lo que es más importante, el desempleo masivo de personas que de repente carecen de ingresos debido al cierre de la economía. En otras palabras, hay una bomba de tiempo que va a estallarles a todos los partidos y al sistema político. Al Kadhimi, hasta ahora jefe de los servicios secretos, es el tercer candidato que intenta formar Gobierno desde el 1 de febrero, cuando ante la falta de acuerdo en el Parlamento, el presidente Salih tomó la iniciativa constitucional de designar un primer ministro. Dado que el país necesita 5.000 millones mensuales para cubrir los gastos corrientes, las cuentas no salen. Poco antes de renunciar como primer ministro designado, Adnan al Zarfi advirtió de que a partir del mes próximo habrá dificultades para pagar los salarios de los funcionarios. Eso afecta a tres millones de personas, un tercio de la población activa. Además, frustra la promesa de más empleos públicos que el Gobierno hizo a finales del año pasado para aplacar las protestas. Los 39 millones de habitantes del tercer exportador de crudo, y uno de los cinco países con mayores reservas, están muy lejos de disfrutar de los niveles de vida no ya de Noruega o Canadá, sino incluso de sus vecinos Kuwait, Emiratos Árabes o Arabia Saudí. Del hartazgo con esa situación surgieron el pasado octubre las protestas populares que llevaron a la dimisión del primer ministro Adel Abdelmahdi, en funciones desde el pasado diciembre. La situación se ha agravado con la espiral de violencia en la que se han embarcado Irán y Estados Unidos en territorio iraquí. Las milicias atacan a las tropas estadounidenses. Al mismo tiempo, Washington presiona con medidas económicas al Gobierno de Bagdad para que reduzca sus relaciones con Teherán. Aunque a finales de febrero le renovó la exención (a sus sanciones) para que pueda comprar gas y electricidad iraníes, solo lo hizo por 30 días (en lugar de los 180 habituales) y con la advertencia de que no se repetirá a menos que Irak ponga fin al contrabando de petróleo iraní a través del puerto de Umm al Qasr. Ese enfrentamiento complica el ya enrevesado panorama político iraquí. Aunque no está escrito en ningún sitio, desde 2003 los primeros ministros han necesitado el visto bueno tanto de Irán como de Estados Unidos. Parece difícil conseguirlo en un momento en que el objetivo de ambos es negar la influencia del otro. Sin embargo, Al Kadhimi da la impresión de tenerlo.
Al menos las primeras declaraciones de los dos lados tras su designación han sido positivas. Ahora solo le queda lograr el apoyo de los parlamentarios para, según el mandato de la calle, emprender reformas que acaben con sus privilegios. Si sus dotes negociadoras le permiten sortear esa contradicción, será primer ministro y, antes de que se venza al covid-19, las protestas volverán a la calle. En esta ocasión el Vaticano, cuya expedición y séquito viajan vacunados al completo con las dosis compradas y distribuidas por la Santa Sede a la compañía Pfizer, insiste en que ninguno de los actos del Papa a lo largo de los tres días congregará a más de 100 personas. A excepción, matizan, de una misa en un estadio deportivo de Erbil donde se han puesto a disposición de los fieles 10.000 entradas de las 30.000 de capacidad que posee el recinto. Vaya desafío que suena a capricho. Una gira que definitivamente va a dar de que hablar... al tiempo.