POR: DANIELA CARLOS ORDAZ
“La incertidumbre es una margarita,
cuyos pétalos no se terminan jamás de deshojar”.
- Mario Vargas Llosa.
En una ocasión, mientras viajaba con un conocido amigo, platicábamos sobre el tema del trabajo y de como ahora, para los recién egresados de las universidades era más difícil encontrar un buen trabajo. Pues bien, al final de la charla, llegamos a la conclusión, de que la única certeza que tenían, era la incertidumbre.
Anteriormente, cuando nuestros padres eran jóvenes, y el mercado laboral no era tan diverso, ni tan escaso al mismo tiempo, era más sencillo dedicarse a aquello que bien se creía podría ser el trabajo de su vida. Más que profesiones, lo que había era una cantidad enorme de oficios.
Luego, con la globalización y la ley del “más apto”, los espacios se fueron llenando y cerrando, hasta llegar a un punto en el que las profesiones ya no eran garantía de tener un trabajo seguro. Numerosos artículos surgieron en los inicios del siglo XXI, mencionando cuáles eran las carreras con más campo laboral, así como las mejor remuneradas.
Siempre escuché decir a mi abuelo: - “Estudien, para que tengan un mejor futuro”-. ¿Qué diría mi abuelo si viviera en estos tiempos donde ni siquiera el estar sanos o el poder salir sin peligros a la calle es ya una acción que por más propia que parezca, nos pertenece? Vivimos en la eterna incertidumbre.
Si anteriormente era difícil conseguir un empleo que fuera medianamente bueno, desde que apareció el COVID-19 en nuestras vidas, esas posibilidades se redujeron enormemente, a tal grado, que muchos de quienes ya contaban con un trabajo “seguro” lo perdieron.
Lastimera es la vida, y cruel la realidad, y aunque en las noticias digan que las cifras muestran que son pocos los casos, la realidad que vivimos de cara a cara muchos de nosotros, es completamente distinta de la que viven quienes manejan las supuestas cifras. La estadística no por ser precisa, es partícipe de la tergiversación de los datos.
Y no estábamos tan errados cuando dijimos que la única certeza, era la incertidumbre.
El país está pasando por uno de sus peores momentos, la violencia de género se ha incrementado a pasos agigantados, al igual que los robos y las agresiones, pero como no lo vivimos de cerca, hacemos de cuenta que no existe. ¿Cuál es la certeza para todas las víctimas? Ninguna, quizá que tal vez un día todo esto pase y puedan denunciar, o por lo menos, que puedan salir vivos de esta situación.
Las escuelas son las que parecen ya tener un panorama más claro, a pesar de los contras, dimes y diretes. Pero, aun con esto, no se sabe a ciencia cierta cuándo será el tan anhelado día para regresar a las aulas, ni cuáles serán las condiciones.
La economía es quien más ha sufrido y ha sido golpeada por esta pandemia, y por las extrañas decisiones burocráticas que se han tomado. Los empresarios están pendiendo de un hilo, los que sobrevivieron; porque los que no, o se fueron del país, o tuvieron que cerrar sus empresas y dedicarse a otras cosas. Y el problema no es si cierran o se vayan, el problema son los estragos que dejan, las tantas familias sin empleo, las pocas posibilidades de repuntar en materia económica y, sobre todo, la esperanza truncada de muchos, que anhelábamos ver crecer a nuestro país.
¿Cómo aprenderemos a vivir en medio de esta insensata incertidumbre? Como lo han hecho generaciones anteriores. Con la certeza de que sólo existe este momento, con la fe a cuestas, con la mirada en el cielo, los pies bien puestos en el suelo, y con la certeza de que lo que viene aún no ha llegado, por lo tanto, el presente es lo que único que tenemos en nuestras manos.
Al final del día, sólo estamos nosotros, con nuestros propios pensamientos, nadie saldrá a liderar con las batallas internas, esas tendremos que vencerlas nosotros mismos.
“Debemos estar dispuestos a renunciar a la vida que hemos planeado, para poder vivir la vida que nos está esperando”.
-Kant
Y para qué son las alas, sino más que para volar…