POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Siempre se ha fechado el inicio de la ola neoliberal en los años 80, época en la que Margaret Tatcher y Ronald Reagan ocupan el liderazgo político en Inglaterra y Estados Unidos, respectivamente. Y es válido si se considera que es el momento en que los postulados neoliberales se convierten en política de Estado en los países más poderosos, los considerados la locomotora del capitalismo.
Sin embargo, sí Margaret Tatcher pudo diseñar su política de reorganización del capitalismo fue porque pudo abrevar en las ideas de Hayek, un economista austriaco, partidario de lo que él llamaba “el mecanismo de los precios” como eje regulador de la economía. Esas ideas quedaron plasmadas en su libro “Camino de servidumbre” y ese texto habría de convertirse en la biblia de Tatcher, una vez que se convirtió en Primer Ministra de su país.
Desde esa posición, la llamada “Dama de hierro” puso en práctica los postulados principales de Hayek, algo que era imposible sin atropellar los derechos fundamentales de la clase trabajadora inglesa, como el derecho de huelga, el de asociación sindical, de pensiones, etc. Ella fue la primera que puso en práctica eso que en México escuchamos durante todo el periodo neoliberal (de Miguel de la Madrid a Peña Nieto), las “Reformas estructurales”, es decir, las transformaciones legales e institucionales para la transformación de un Estado de bienestar en un Estado neoliberal.
Y se les llama “estructurales” precisamente porque transforman la estructura de la economía y, por tanto, de la sociedad en su conjunto, incluyendo la forma en que esta sociedad se piensa a sí misma. La transformación implicó tanto la mutación de estructuras sociales como de las de pensamiento. Ese ejemplo lo seguiría inmediatamente Ronald Reagan quien ya desde su campaña como candidato presidencial en 1979 afirmaría que “Los ricos no son lo suficientemente ricos ni los pobres son lo suficientemente pobres”.
La frase muestra que Reagan (con todo y su pequeñez cerebral) ya tenía una alternativa para salir de la enorme crisis que por ese entonces afectaba al capitalismo mundial y, particularmente, a los “países locomotora”, como Estados Unidos e Inglaterra. Esa alternativa era “profundizar la desigualdad”, apostar a la codicia de quienes ya tenían riqueza y a la necesidad transformada en miseria de la clase trabajadora. Así, codicia y miseria serían los nuevos motores para la generación de riqueza y para convertirlos en política contarían con la complicidad de los que ya poseían capital y enfrentarían, por supuesto, la más feroz oposición de los trabajadores que, sin embargo, serían derrotados en ambos países.
El neoliberalismo llegó a México por la vía electoral autoritaria con Miguel de la Madrid. A partir de 1982 se debilitó el control de precios, disminuyeron los subsidios a las clases populares y empezaron las privatizaciones de empresas que estaban en manos del Estado. Desde entonces se empezó a hablar de “reformas estructurales” que, por cierto, siempre les han resultado insuficientes.
Lo importante para los neoliberales era que la idea de la desigualdad se naturalizara y se aceptara, así, la reestructuración de la sociedad. Donde más daño ha hecho es en el campo de la salud, la alimentación y la educación. Con esta idea se abandonaron clínicas y hospitales públicos, se desatendió su equipamiento, se convirtió en un gran negocio la compra de medicinas e insumos hospitalarios y hoy simplemente no tenemos con que atender la pandemia del coronavirus. Faltan hospitales, camas, médicos, enfermeras, en fin, infraestructura material y humana en los que el capital nunca invirtió, precisamente porque la codicia jaloneaba las inversiones hacia otros rubros más rentables.