POR: SAMUEL CEPEDA TOVAR
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Del historiador Francisco Martín Moreno aprendí que los llamados héroes de nuestra patria o de nuestra historia fueron hombres de carne y hueso; con fortalezas y muchas debilidades carnales; engrandecidos por la historia oficial con la intención de crear figuras de las cuales nos sintamos orgullosos los mexicanos; aunque muchas de esas historias sean solo mitos. De Mathew Stewart aprendí que ser irreverente con los íconos o padres del pensamiento filosófico nos permitía ser más objetivos, pues dejamos de lado la pleitesía ciega e incondicional cargada de emociones; y la irreverencia nos permite ver más allá de lo que nuestra formación educativa oficial nos ha dejado ver. Como historiador; en mi análisis de la historia y luego en mis clases; he dejado de lado la parte emocional de la historia, soslayando a los héroes de la patria en cuanto a la magnificencia de sus actos y me he enfocado en sus ideales; de poco sirve saber cuándo nació Hidalgo, cuántos hombres mató Villa, si no somos capaces de entender el contexto de su rebeldía y las contradicciones de sus propios movimientos versus sus pensamientos; y he dado especial atención a sus ideales; a la causa o las causas que no han permitido que sus utopías se hagan realidad decenas de años después de sus muertes. Absurdo me parece rendirle honores a un pedazo de tronco donde supuestamente estuvo atado Miguel Hidalgo; igual de absurdo me parece llorar ante el fémur o el omóplato de José María Morelos cuando sus restos fueron exhumados del Ángel de la Independencia en 2010; más importante me parece cuestionar el porqué en la actualidad, la mayoría de los 23 preceptos de Sentimientos de la Nación no se han podido implementar cuando eran y son asuntos pendientes que se traducen en deudas con los más necesitados y los más vulnerables. Del mismo modo, hablar de Emiliano Zapata es hablar de un ser humano, con fortalezas y debilidades, que, según diversos estudios historiográficos, era homosexual o bisexual; pero estas debilidades carnales -sin caer en la discriminación al llamarlas debilidades- solo nos deben de servir para ubicar al héroe en su justa dimensión humana y no como un Dios cuya figura debe ser sagrada por la eternidad. Me parece que lejos de relacionar a Zapata con una figura, es menester traer a la actualidad sus postulados e ideales de Tierra y Libertad contenidos en el Plan de Ayala y en un riguroso análisis concluir si su visión se cumplió o solo es un tema pendiente más en el arenal de buenas intenciones en que se han perdido decenas de ideas para salvar a México. El cuadro de Cháirez en que Zapata es presentado en tacones, en una pose sexy y atrevida, montado sobre un penco con el falo erecto, es solo una representación que como bien lo señalara Wenceslao Bruciaga: “Cháirez (el autor de la obra) ha conseguido devolverle al arte queer nacional el adagio de retórica incendiaria, diluida entre tanta pasarela de posmodernismo académico y marketing unisex.” Como historiador, determino que esa imagen no vulnera en ningún momento lo que representa Zapata para México: la lucha por el agrarismo, pues debe haber agricultores gays también; como mexicano, considero que es una manifestación de un sector poblacional que se expresa bajo la idea de que las imágenes de nuestros héroes nacionales no son sagrados a tal grado que sean intocables siquiera con el pensamiento, ya no se diga con una pintura. Cuando creíamos que ya habíamos avanzado, aparece la intolerancia para decirnos que el camino apenas empieza.