Las palabras puede que se las lleve el viento, y como las promesas, también se dispersan como las nubes. Nadie puede ofrecer tanto sin haberse comprometido primero con sus palabras.
El ser humano no aprende que las acciones son más reales que cualquier discurso.
Las palabras también se usan para herir, y a veces duelen más que un golpe certero.
Pueden solucionar el mundo o destruirlo. Solo hay que observar a los gobiernos, con qué facilidad engañan con sus promesas falsas.
A veces escondemos lo que sentimos porque no decimos las palabras correctas. Un simple “te amo” puede evitar que se sepulte lo que nace del corazón.
Las palabras sanan al que escribe. Cuántos han curado sus heridas de amor al dejar que su alma hable por medio de la tinta. Cuando sientas la necesidad de sanar, toma pluma y papel, y deja que las palabras fluyan.
Las palabras dulces y tiernas de un niño son las únicas que no conocen la maldad.
Esperamos que las palabras sirvan para cambiar nuestro destino, pero, sobre todo, que las promesas no se las lleve otra vez el viento.
