Faltan años para que veamos hasta donde ha resultado la política del Estado mexicano para recuperar la salud nutricional de la población. Mientras tanto, los indicadores muestran lo mucho que falta por hacer. De entrada, actualizar con mayor agilidad os datos con los que nos acercamos al conocimiento de las dolencias del mexicano, particularmente las relacionadas con lo que consume. Además de cuanto aumentó el índice de obesidad o de sobrepeso, necesitamos saber las causas, los detonantes de condiciones que requieren tiempo para su maduración y, sobre todo las respuestas obtenidas a las diversas medidas del sistema de salud.
Los datos disponibles, los de la Encuesta Nacional de Salud y Nutrición de 2022 nos hablan de que el 41 por ciento de las mujeres mexicanas padece de obesidad, circunstancia en la que se encuentra el 33 por ciento de los hombres. Eso es el presente que, insisto, cambia muy rápidamente y solo para empeorar. En el caso de los niños, nuestro futuro, ya tenemos un 37.3 por ciento con sobrepeso u obesidad, mientras que los adolescentes, los que tienen entre 12 y 19 años, ya un 41.1 por ciento está afectado por sobrepeso u obesidad.
Los datos anteriores no son circunstanciales, ni mucho son consubstanciales a eso que llaman “la idiosincrasia mexicana”, como tampoco tienen que ver con la dieta tradicional de nuestro pueblo, con todo y que sea rica en grasas, azúcares y carbohidratos. Po el contrario, desde hace unos 45 años empezó un radical cambio cultura que en lo grastronómico, implicó el abandono de lo que tradicionalmente consumíamos, para abrazar una dieta hipercalórica, típica de los consumidores norteamericanos.
El consumo de papitas, hamburguesas y galletas acompañadas de bebidas azucaradas alteraron sustancialmente la ingesta de calorías, azúcares, sodio y grasas saturadas para lo cual no estaba preparado nuestro organismo. EL proceso de adaptación de alimentos y corporalidad se vio drásticamente alterado y el resultado fue un incremento en enfermedades crónico degenerativas, especialmente hipertensión y diabetes que, si bien ya existían, su presencia era marginal en la estadística de las afectaciones a la salud de los mexicanos.
La alteración de nuestros hábitos de consumo no hubiera sido posible sin el abandono que el Estado mexicano hizo respecto de su responsabilidad. De pronto, con la llegada de Miguel de la Madrid, llegó también una nueva manera de ver lo público o social y lo privado, y esa nueva mirada consistió, básicamente, en socializar los costos y privatizar las ganancias. Un Estado liberal capitalista que ya privilegiaba el uso de los recursos públicos para favorecer la inversión privada (léase garantizar la obtención creciente de utilidades), cede su lugar a una nueva versión de capitalismo, el neoliberal, que renuncia a hacer concesión alguna a los trabajadores.
Desde entonces la ganancia es motor de la economía, y si es a expensas de la salud de los consumidores, no importa. Para el caso que nos ocupa, la industria de las bebidas azucaradas y de las botanas, dulces o saladas, ha tenido un crecimiento tan impresionante como el deterioro de la salud de los mexicanos. Cada vez más obesos, con mayor sobrepeso y, por tanto, con mayor predisposición a condiciones de enfermedad como la diabetes y la hipertensión, entre otras.
Recuperar la salud implica descolonizar nuestro paladar, convertir a nuestro cuerpo en territorio liberado de la cultura del hiperconsumo de chatarra dizque alimenticia y reconciliarnos con la actividad física en forma de deporte para construir una nueva cultura alimentaria que cuide nuestro cuerpo, nuestra sociedad y nuestro entorno ambiental.