Arrancamos… ¡En 1817 llegó Francisco Xavier Mina y a México encendió de nuevo la llama de libertad! Pues la verdad no. Un inocente guerrillero español en sus veintes, engatusado por la labia proverbial de Servando Teresa de Mier, de quien nos sabemos nada más que el hecho de que presenta mucho tráfico los lunes por la mañana. Enemigo de su propio rey, Mier lo convenció de venir a luchar aquí contra Su Tiránica Majestad, de venir a matarse a lo tonto por una causa de la que no sabía nada. Mier simplemente engañó a Mina, lo encabronó, le alborotó las emociones, pues es lo que hacen los manipuladores profesionales, y las emociones perturbadas es lo que hace más fácilmente manipulables a los individuos humanos. Para cuando el pobre Xavier se dio cuenta, ya estaba perdido en el norte de Nueva España, con menos de cien mercenarios gringos e italianos, buscando a insurgentes que ya no existían y que no sabían que alguien los estaba buscando. Terminó simplemente luchando por sobrevivir y no lo logró. Servando Mier, desde luego, después de usarlo lo abandonó, como todos los manipuladores. Para cuando el cuerpo del navarro cayó fulminado por las balas, él ya estaba instalado en Filadelfia. Servando Mier, desterrado de Nueva España en 1794 por sus ideas y discursos libertarios, regresó al reino en 1817 en busca de la independencia. Venía con dos barcos, así como mercenarios italianos y gringos a los que pagó con el dinero que los ingleses y los gringos le dieron... y como esos no regalan nada, a saber, qué les habría ofrecido el padre Mier. En 1794 dio un discurso laudatorio en honor de Hernán Cortés, al que encumbró como enviado de Dios y padre de la patria... Luego, en 1823, siendo parte del gobierno que derrocó a Iturbide, promovió quemar los restos del infame conquistador. Así los políticos. Pero todo eso fracasó. El movimiento de Hidalgo y el de Morelos, los intentos de López Rayón y los de Servando Mier, los de Vicente Guerrero y Guadalupe Victoria. La lealtad y valentía de muchos de ellos es encomiable, pero sus movimientos de guerrillas no consiguieron nada. Renunciando a la guerra y a través de la negociación, Agustín de Iturbide obtuvo la independencia; nos dio patria, libertad, bandera y hasta el nombre le puso al país... pero dentro de nuestra terrible locura, resulta ser uno de los malos. Fusilamos al libertador y lo enviamos al infierno de la historia. Poco importa, porque una gran tradición mexicana es dejar las cosas a medias, sean los aeropuertos, los procesos democráticos o los relatos históricos. Por eso todo el mundo sabe los pormenores del inicio de la heroica gesta de independencia, pero estamos muy confundidos con respecto al final. Hidalgo luchó cuatro meses de una guerra que nos cuentan que duró once años... y no sabemos nada al respecto. Lo mismo ocurre con la revolución. Sabemos cuándo comenzó, porque al igual que la independencia nos da un desfile y un día de descanso; pero los detalles se van oscureciendo con el correr del tiempo a partir del 20 de noviembre de 1910. ¿Cuándo termina la revolución? Quién sabe. Tal vez no terminó nunca, porque como todo, lo dejamos inconcluso; quizá ni siquiera hubo una revolución, sino una simple matazón de todos contra todos a la que luego dotamos de narrativa, discurso y causa. De los cien años que transcurrieron en medio de esos dos acontecimientos medulares de nuestra historia, no sabemos casi nada... cómo no sabemos nada del virreinato o del México prehispánico que no era México. Somos un país y un pueblo muy orgulloso de su historia, pero que no sabe casi nada de su historia. Sabemos que antes de la llegada de los pinches españoles todo era perfecto, como el paraíso bíblico... aunque no sabemos casi nada de todos los pueblos y culturas que conformaron la civilización mesoamericana. De tres mil años de historia solo conocemos los doscientos años de los más, aunque en realidad de ellos tampoco sabemos mucho más alá del cuento de hadas De sus doscientos años de historia sabemos que los conquistaron los españoles (que por añadidura nos conquistaron en ese acto también a nosotros). Después, como es la columna vertebral de nuestra traumada narrativa, sabemos mucho de la conquista... bueno, no tanto. Sabemos que el cabrón de Cortés, deforme, jorobado y sifilítico, como lo describió Diego Rivera, le quemó los pies a Cuauhtémoc, y poco más. Luego nos brincamos tres siglos de virreinato que nada importan, para concentrarnos en saberlo todo acerca de la independencia... bueno, casi todo, un poquito, casi nada. Sabemos cuándo comenzó, pero no cuándo concluye; sabemos que Hidalgo y Morelos lucharon juntos codo con codo, aunque eso nunca pasó porque se vieron una sola vez en su vida. Sabemos, quizá, que las cabezas de Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez fueron colgadas en la Alhóndiga de Granaditas, aunque no sabemos qué demontres es una alhóndiga y desde luego no tenemos ni idea de quiénes fueron Aldama y Jiménez. De Allende sabemos que nació en San Miguel de Allende. Mariano Matamoros y Hermenegildo Galeana, Pedro Moreno y José Antonio Torres bien podrían ser influencers de moda o insurgentes, qué más da. Sabemos que Guadalupe Victoria fue el primer presidente, pero desconocemos los méritos que lo llevaron a ocupar ese ilustre lugar en la historia. De Vicente Guerrero sabemos, tal vez, que dijo que la patria es primero, pero no sabemos que se la entregó en bandeja de plata a su amigo personal y espía norteamericano Joel Poinsset, del que solo conocemos, en una de esas, que nos robó las nochebuenas. También sabemos que la frase de Guerrero está escrita con letras de oro en el Congreso de la Unión, donde los ilustres diputados la recuerdan cada vez que ponen sus intereses personales por encima de los de la patria. Es como envolverse en la bandera, lo hacen los políticos antes de hacer una chingadera monumental, emulando al Juan Escutia que, quizás existió o quizás no, pero que desde luego no se envolvió en la bandera. Esa bandera salvada por Escutia, por cierto, fue capturada por los gringos y llevada a Washington, lo cual, desde luego, echa por tierra toda la historia del niño héroe. MI VERDAD.- México y su historia es un paseo por la locura.