De conformidad con lo establecido en la Convención de Viena, todo país tiene la obligación de respetar las instalaciones de la embajada de otra nación con la que acordó el establecimiento de relaciones diplomáticas. Tal respeto debe llegar al grado de que siendo territorio del país huésped, este deberá tratar la embajada como si fuera territorio de esa otra nación, a cambio de recibir un trato similar. Es decir, el establecimiento de embajadas entre dos países es la expresión de una relación en la que ambas partes acuerdan resolver de manera civilizada y políticamente cualquier controversia que pudiera surgir entre ambas partes.
Lo anterior exige protocolos que impiden, justamente, los exabruptos, la toma de decisiones poco racionales o impulsivas. En la medida que, por lo menos en teoría, las relaciones diplomáticas expresan relaciones entre pueblos y no solo entre gobiernos, en esa misma medida se requieren procedimientos que minimicen los daños que puedan generar las decisiones que eventualmente pueda tomar un gobernante que malhumorado. Dados los múltiples intereses comerciales, culturales y de toda índole que se involucran en las relaciones entre dos naciones es menester hacerlas lo menos dependientes posible de los humores de sus gobernantes.
La Convención de Viena ofrece las regulaciones bajo las cuáles es posible canalizar todo intercambio entre los países firmantes de la misma lo que ofrece garantías que van más allá de la coyuntura específica de cada país. De ese modo toda nación asume compromisos que van más allá de que se tenga un gobierno de izquierda o de derecha, independientemente de las simpatías o antipatías que pudiesen existir entre los gobernantes de las naciones involucradas.
De ese modo, las relaciones entre México y Ecuador debieran estar reguladas al margen de quien gobierne en uno u otro país. Sin embargo, no es así. El presidente Noboa tiene serios problemas de seguridad interna y lo único que se le ocurre es distraer la atención con golpe tan espectacular como torpe, es el caso del asalto a la embajada mexicana en Quito.
Con el pretexto de capturar al ex presidente Gless, Noboa ordenó el allanamiento de la embajada de nuestro país donde se refugiaba Gless, maltratando y agrediendo al personal diplomático mexicano, algo que en su momento no se atrevieron a hacer ni Videla ni Pinochet, satrapas que ensangrentaron a Argentina y Chile, respectivamente.
La reacción del personal diplomático mexicano en Ecuador ha sido valiente, defendiendo con dignidad la representación de nuestro país, dignidad que, por cierto, no tienen políticos conacionales encabezados por la inefable Lily Tellez que ya se apresuraron a pedir disculpas a Noboa.
Lastima por los ecuatorianos que, a semejanza de los argentinos, eligieron como presidente a alguien que, sin duda, hará mucho daño a sus electores. Ellos lo eligieron, ellos tendrán que pagar las consecuencias. De este lado solo queda aprender la lección, teniendo bien presente que en un descuido podríamos elegir a alguien tan torpe y al mismo tiempo tan peligroso como Noboa. Ya lo hicimos una vez cuando elegimos a Fox o cuando nos impusieron a Calderón. De esa docena trágica todavía no nos podemos reponer.