Desde que los influencers llegaron para demostrar, que no por tener estudios o grados académicos tendríamos una vida asegurada, muchos de ellos empezaron a hacerse presentes, no solo como modelos a seguir, sino como una moda que pareciera haber llegado para quedarse.
Una de las tantas situaciones que me incomodan de dichas tendencias, es la de haberse puesto de moda tunearse, cambiar por completo sus cuerpos y transformarlos en algo que dista mucho de la realidad. Y entre las tantas objeciones que tengo por ello, como es el de insertar ideas erróneas en las mujeres acerca de los cuerpos perfectos (que no existen), y hacer evidente la permanente cosificación de la mujer, se esconde una envidia por no poder hacer lo que ellas si pueden.
Y entonces me puse a pensar en las tantas veces que me han dicho que por correr tanto “se me van a desgastar las rodillas”, o que “para qué participo si no voy a ganar”. Palabras de personas que quizás, en el fondo, quisieran hacerlo y no pueden.
Solemos criticar aquello con lo que no congeniamos y preferimos evidenciar los aspectos negativos para que terminen desplazando a los positivos; o a final de cuentas, dejar de señalar lo que hacen los demás, solo porque yo no compagino con esa idea.
Pero ¿puede en verdad la envidia afectarnos al punto de doler?, ¿qué es lo que la ocasiona?, ¿tiene cura?
Estas y tantas preguntas surgieron, desde lo más simple hasta lo más complejo.
Aristóteles decía, que “la envidia es el dolor ocasionado por la buena fortuna de los demás. Este dolor tiende a expandirse, haciéndonos sacar, cada vez más, lo peor de nosotros mismos”.
Y qué razón tenía, después de la pandemia, muchos dejamos entrever lo peor de nosotros, ¿sería por la envidia de ver que otros podían vivir en condiciones totalmente diferentes a las de la mayoría?
No es que nos duela no tener algo, es el hecho de que alguien más lo tenga. Llegando al extremo, no solo de desear que el otro no lo tenga, sino de destruir o dañar a quien va dirigida la envidia. Pareciera que tenemos la autoridad y el privilegio de juzgar quién si, y quién no, son merecedores de la buena fortuna.
El origen etimológico de la palabra: envidia (invidio) contiene la idea de mirar (videre) hacia los otros con malos ojos. Así hacían los dioses del Olimpo griego: vivían su vida envidiando -mirando- a los hombres.
Existen diferentes grados de envidia, todos hemos escuchado alguna vez a alguien decir: “Te tengo envidia de la buena”. Las envidias sanas, son aquellas que se manifiestan, cuando, aunque se quiera poseer lo que el otro tiene, no hay un intento de daño o perjuicio, sino un simple “yo también quiero”.
La envidia, ya lo dijo Aristóteles, es una emoción característica de personas de “alma pequeña”, amantes de la fama y de los honores (Retórica 1387b 33-34). Por eso, el envidioso es un ser insatisfecho con la vida, un resentido, incapaz de ver y disfrutar lo que tiene, anhelando todo el tiempo, lo que no tiene.
El grado máximo de la envidia, se vincula a los celos. No solo desear lo que el otro tiene, sino ocupar su lugar que por “justicia”, le corresponde más que al otro. Creyendo que es mejor que el otro y que por eso le correponde. Señala Sócrates en el Filebo que el envidioso, que siente una mezcla de dolor y placer ante lo que ve, es un ignorante porque vive bajo el engaño de no saber apreciar sus propias capacidades.
De todos los sentimientos que pueden existir, la envidia es de las más insidiosas, ya que los otros, pueden presentarse, pero de vez en cuando, en cambio la envidia es constante y no tiene descanso. Por eso se dice que: “Invidia festos dies non agit”, es decir: “La envidia no toma vacaciones”.
Y no toma vacaciones, porque nunca dejamos de compararnos con los demás. Las redes sociales, han contribuido de gran manera, a que esta comparación sea mas abierta y constante. Quizás se trate de una manera sutil de lo que Nietzsche describe como “la voluntad de poder”, pero la mercadotecnia te dice, que si usas esos zapatos carísimos o ese coche del año, no sólo tendrás más estatus, sino que hará que todos se mueran de la envidia, y a quien te cae mal, se le retuerza el higado.
Entonces, ¿podríamos aprender algo de la envidia?, ¿hay manera de cambiarla o curarla?
No hay nada que nos sirva más, que aprender y explorar nuestros sentimientos y pensamientos, saber qué nos gusta, qué no, y que quisieramos ser o tener. Bueno, la envia nos ayuda en eso, es un golpe de realidad, duro y a la yugular.
“La envidia, es admiración secreta”, explicó Kierkegaard. Sí, así como usted lo escucha. Por tanto, la envidia puede ayudarnos a identificar nuestra percepción más profunda de la excelencia.
Podemos entonces cambiar nuestra percepción, cambiando nuestros pensamientos. Al hacer una introspección de mis sentimientos, quizás no puedo cambiar lo que el otro hace, pero si la manera en la que yo lo persivo, si cambio mi pensamiento, puedo modificar el sentimiento, incluida la envidia.
Así, cuando critique a aquellos que ayudan a otros o publican sus logros, sabré que en el fondo quisiera hacer lo mismo. Como decir que el sistema no funciona, siendo parte del sistema, en lugar de ver cómo puedo apoyar a que el sistema funcione mejor; o si pudiera yo también ayudar a otros y pasar más tiempo haciendo labor social, que escibiendo acerca de la envidia.
Y para qué son las alas, sino más que para volar...