Arrancamos… Cuando el mexicano piensa en el cambio social y busca sus claves en el pasado, las fechas que primero vienen a su memoria son 1910, 1968, 1988 y 2018. En realidad, las fechas tienen un significado imaginario: la verdadera acción no se inició ese día, la de 1910 fue arrancando paulatinamente en los meses que siguieron en fecha diferentes en cada estado. Pero como sabemos achora, el error de Madero fue mucho menor que su acierto. Se equivocó en la fecha, pero, en contra de lo que pensaban millones de mexicanos, tuvo razón en creer en la inminencia del estallido. Los gobernantes, con todos sus medios de información, creían firmemente en lo inconmovible de la paz social. Madero, en una combinación de voluntarismo inspirado, intuición y experiencia acumulada durante su campaña electoral entre opositores al régimen, estaba convencido de lo contrario. El dictador y los científicos que gobernaban el país con férrea mano tecnocrática, estaban cegados por sus propios éxitos. El iluso, el candidato marginal que había recorrido el país en un intento democrático fracasado, tenía una visión o una intuición más certera de lo que pasaba en las profundidades de la sociedad. Ésta es una lección que ningún gobernante mexicano debe olvidar. México es un país de varios pisos y cada uno de ellos vive su propio mundo. Lo que es una política económica exitosa para los habitantes de uno de ellos, puede ser una prueba terrible para los inquilinos del otro, y lo que aparece como avances democráticos importantes para los primeros, puede dejar intocado el destino de los segundos, o casi. En esas condiciones, es fácil que los de arriba pierdan el contacto con los de abajo y entonces se producen las grandes sorpresas. Piénsese en 1968, 1988, 1994 y 2018. Y desde ese memorable noviembre de 1910, el mexicano vive esperando la próxima sorpresa o por lo menos sabiendo que es probable. Porque intuitivamente sabe que la posibilidad del estallido sorpresivo vive y se reproduce en esos inmensos espacios que separan a los que viven en el penthouse de los que habitan en la planta baja, y a éstos de los millones que malviven en los sótanos. La primera pregunta que podemos hacernos, es si debemos esperar sorpresas como las de 1910 en los próximos meses o bien, si para México la era de las sorpresas violentas ha terminado, y esta sucesión se desarrollará en paz y estabilidad. Y la respuesta no tarda en llegar. Si bien una explosión revolucionaria a nivel nacional debe descartarse, porque hoy existen muchos más canales para ventilar democráticamente las insatisfacciones y las diferencias, los estallidos locales o sectoriales no pueden soslayarse. Los espacios vacíos siguen existiendo y un año en el cual los grupos políticos se enfrentan para asegurar su lugar en el próximo sexenio es muy propicio para que se manifiesten las sorpresas que han estado incubando. Pero la Revolución no sólo nos hace pensar en las sorpresas que cultiva afanosamente el sistema político mexicano. lambien nos hace reflexionar sobre los cultos y las fobias que sembró y que aún no se han extinguido. MI VERDAD.- ¿Qué queda de la Revolución mexicana en el recuerdo vivo de los mexicanos de hoy? Guardémonos de respuestas fáciles. La cuestión es de qué mexicanos hablamos y en qué parte del país. Como toda gran experiencia popular, la Revolución mexicana ha creado su saga y cada quien tiene su versión.