Ante el genocidio sistemático, pertinaz que sufre el pueblo palestino a manos del gobierno israelí y que ya se extiende por meses, la opinión pública norteamericana empieza a mostrar su indignación por la complicidad de su gobierno con Israel. Armas, dinero, información y, sobre todo, cobertura diplomática es lo que el presidente Joe Biden aporta al gobierno judío que parece empeñado en aniquilar al pueblo palestino. Un auténtico genocidio.
Es cierto que Hamás provocó la ofensiva israelí al asesinar y secuestrar ciudadanos hebreos que disfrutaban de un festival de música. Pero también es cierto que dicho grupo recibió durante mucho tiempo financiamiento del gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu, apoyo que tenía la finalidad de evitar que un gobierno palestino tuviese la oportunidad de consolidarse y, con ello, dar viabilidad a la veja propuesta de “los dos Estados”, es decir, la idea de que tanto Israel como Palestina tienen derecho a la existencia como naciones.
En algún momento Netanyahu perdió el control sobre Hamás, o quizá nunca lo tuvo. El caso es que este grupo abiertamente terrorista creció, tanto en número de integrantes como en capacidad de armamento, gracias al dinero de los contribuyentes israelíes sin que ellos lo supieran. Netanyahu creyó que los podría estar “maiceando”, como decimos acá en México, y ya se vio que no es así. Al terrorismo de Hamás se respondió con el terrorismo de Netanyahu. Tanto el primer ministro israelí como el grupo Hamás consideran inviable la propuesta de “los dos Estados”. Cada uno asume que solo su pueblo tiene derecho a la existencia. En medio, los dos pueblos, el palestino y el hebreo, padecen la rabia de quienes están dispuestos a llegar a cualquier extremo para desaparecer al otro.
Con dinero de los contribuyentes israelíes y con dólares de los contribuyentes norteamericanos se financia la masacre del pueblo palestino. Tres pueblos envueltos en una situación deplorable conducidos por tres gobiernos incapaces de construir un escenario de convivencia pacífica. Sin embargo, tanto en Israel como en los Estados Unidos se empiezan a escuchar, cada vez más fuerte, las voces de quienes no quieren ser cómplices de la masacre.
La presencia de los cabilderos israelíes en el gobierno norteamericano es muy fuerte y efectiva. Además, el capital hebreo que opera en Estados Unidos lo hace en áreas muy sensibles, no solo en la manufactura armamentista sino en los medios de comunicación masiva y en la industria cultural con lo que han construido, desde hace años, una imagen de pueblo sufrido que requiere del apoyo norteamericano para poder sobrevivir. Por eso las primeras voces de artistas o intelectuales que se atrevieron a exigir un alto al genocidio fueron brutalmente acalladas y se generó así un aparente consenso de apoyo a Israel en la opinión pública norteamericana.
Sin embargo, la situación empieza a cambiar. Es tan evidente la matanza que realiza el ejército de Netanyahu que ya es imposible seguir ocultando la masacre. No solamente Sudáfrica acusó a Israel ante la Corte Internacional de Justicia de tener “un patrón de conducta genocida” sino que, México y Chile pidieron a la Corte Penal Internacional que investigue a Israel por la posible comisión de crímenes de guerra.
En Estados Unidos cada vez más ciudadanos exigen a Biden que pare el genocidio. Hasta los judíos americanos agrupados en la organización Voz Judía por la Paz acusan a Israel de “estar cometiendo un genocidio ayudado por Estados Unidos”. Los musulmanes árabe-norteamericanos, usualmente alineados con los demócratas, como miles de ciudadanos norteamericanos, repudian el apoyo de Biden a Netanyahu y empiezan a llamarlo Genocide Joe.