Arrancamos… El PRD y el Pan en 2017 fueron alcanzados por el virtual desmantelamiento del sistema de partidos en México, rendidos ante una captura de la política por parte de la cúpula gubernamental, a lo que se sumó el fenómeno de Morena, que tampoco se desempeñó propiamente como un partido pues fue apenas un referente en el movimiento personalísimo de un líder absoluto: Andrés Manuel López Obrador. A nadie debe extrañar, en consecuencia, que la campaña presidencial del PRI haya flotado en el limbo de un partido que ya no estaba habitado por liderazgos nacionales y locales, sino por el vacío imaginable tras seis años de marginación. Ese dramático contraste entre el hombre promotor de reformas legales que presentó como señales de un México nuevo, y el gobernante que el mundo observó maniatado por un sistema político corrupto y sin remedio, constituye el telón de fondo para un derrumbe. El estilo político de Enrique Peña Nieto no lo llevó jamás al debate en la tribuna ni en las plazas, a la batalla a campo abierto. Lo suyo fue el acuerdo en discretos coloquios. A su tutor, el exgobernador Arturo Montiel, le debe haberlo impuesto primero como diputado local, líder del Congreso estatal y luego gobernador en el Estado de México, por lo que no debió librar aduana alguna en el partido donde militaba por tradición familiar y de clase política: el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Su ascenso fue rápido, relativamente fácil y aceitado por un caudal irrefrenable de dinero —código esencial de la política mexiquense—. Una vez en el palacio de gobierno estatal, Peña Nieto tejió una urdimbre de acuerdos con los gobernadores que fueron electos en coincidencia con los años de su gestión (2005-2011). Con ellos construyó su postulación presidencial, apoyado por dos mandatarios estatales: Humberto Moreira, de Coahuila, y Miguel Ángel Osorio Chong, de Hidalgo. Estaba por consolidarse la historia de lo que fue denominado el "PRIAN", que había tenido sus primeras expresiones desde la administración de Carlos Salinas de Gortari (1988-1994). Un pacto profundo entre ambos partidos, en diversos órdenes, que incluyó una virtual cohabitación de figuras del PRI y del PAN durante los gobiernos de Vicente Fox (2000-2006), Felipe Calderón (2006-2012) y el tramo inicial del propio Peña Nieto (2012-2018). El esquema de acercamiento partió de la base de acuerdos previos con el presidente panista Vicente Fox, que emprendió, de la mano de las bancadas del PRI en el Congreso federal, reformas legales para transferir a los estados —bajo un superficial modelo de supervisión— partidas del presupuesto federal en montos nunca vistos bajo presidencias encabezadas por el PRI. Fuera cual fuese la motivación para ello, las administraciones estatales comenzaron a experimentar una bonanza inédita y mayor autonomía sobre el ejercicio de esos dineros, que rayaba en la discrecionalidad. Pronto los gobernadores empezaron a no echar de menos la presencia de un presidente priista en Los Pinos. Comenzaba a construirse el hoyo negro de las enormes deudas estatales y los escándalos por el saqueo de fondos públicos. El país presenciaba cómo el perfil de los gobernadores-súbditos del presidente viraba hacia la asunción de "virreyes" estatales. Gobernadores priistas dieron cuenta de que el equipo del mandatario mexiquense Peña Nieto los contactó en las semanas previas a la elección de 2006 con la misma indicación: "Busca a Felipe, vía Camilo. Ofrece apoyo. Y pide lo que necesites, que te será concedido". MI VERDAD.- Así fue y sigue siendo el maridaje impúdico PRI-PAN y ahora el PRD.