Arrancamos… Con frecuencia se define a López Obrador como un líder caris. mático. El carisma se suele asociar a un fenómeno político peculiar, el bonapartismo, caracterizado por el surgimiento de un dirigente poderoso apoyado por una amplia masa popular. Los líderes populistas han sido definidos como bonapartistas dotados de un atractivo carisma. Max Weber, el sociólogo que mejor ha explorado el fenómeno carismático, señaló que lo importante no son las cualidades del líder, sino la manera en que sus adeptos lo valoran y le asignan una capacidad extraordinaria. Se suele atribuir al líder una capacidad profética y mesiánica. Pero lo que caracteriza al carisma político no son los dones excepcionales que se le atribuyen al líder, sino el hecho de que hay una masa social que está fervorosamente convencida de que el dirigente tiene dotes asombrosas que lo impulsan a cumplir una misión. El fenómeno del populismo bonapartista carismático, por su carácter espectacular, a veces oculta un hecho fundamental: son las circunstancias sociales las que determinan el surgimiento del líder y no su supuesto carácter superior. Este hecho puede ilustrarse con el penetrante análisis, ya clásico, que hizo Karl Marx de ese episodio que llamó "el 18 brumario de Luis Bonaparte". Para Marx el golpe que llevó al poder a este líder fue la manifestación del famoso dictum según el cual, como dijo Hegel, los grandes hechos y personajes de la historia se producen dos veces; pero a Hegel se le olvidó decir, añadió Marx, que ocurren primero como tragedia y después como farsa. Fueron las confrontaciones sociales en Francia las que crearon "las circunstancias y las condiciones que permitieron a un personaje mediocre y grotesco representar el papel de héroe", subrayó Marx. El sobrino de Napoleón Bonaparte repitió las hazañas de su tío como farsa. Una de sus tonterías fue la expedición a México, que terminó en una derrota estrepitosa y ridícula. El populismo parte de una exaltación del pueblo como fuente originaria de las bondades del líder, quien se erige no solamente como su representante, sino también como su protector o benefactor. El populismo, por consiguiente, implementa mecanismos concretos para favorecer a los sectores populares, especialmente a los que viven en condiciones de pobreza y precariedad. En principio, no hay nada criticable en ello. Pero hay que analizar estas acciones en el contexto más amplio de un proyecto de política económica peculiar. Usualmente el populismo distingue las acciones de quienes benefician al pueblo y las contrasta con las actitudes de quienes lo perjudican. Con ello pretende reducir la política económica a un dilema moral. En consecuencia, llega a una posición política maniquea que sólo distingue a los buenos de los malos, y que impone una polarización artificial en sociedades muy complejas y llenas de matices. MI VERDAD.- Vale la pena examinar los mecanismos que el gobierno está aplicando para beneficiar al pueblo.