Arrancamos… En tanto el respeto por los derechos humanos no sea una realidad clara y concreta, éstos serán, paradójicamente, la base de la desunión. Los seres humanos procuran dominar las fuerzas primitivas culpables de la inhumanidad del hombre contra el hombre, pero se ven arrastrados a una incesante lucha contra el uso inmoral del poder. Debe limitarse el derecho de cualquier grupo de hombres a imponer su voluntad a otros seres humanos, y debe limitarse mediante procedimientos congruentes con la moralidad, sin recurrir a métodos que violen el respeto humano, la vida y la dignidad humanas. Pero logrados los medios, resulta que los fines se hacen aún más remotos. Es ésta una risible broma psicológica. Los seres humanos que creen en ideologías y utopías, que han aprendido a trabajar para convertir sus sueños en realidades, no están preparados para perseverar en esta labor. Es imposible escapar de la broma. Sabemos que algunos estados son intolerables, pues la televisión, la radio, los diarios y las revistas nos fuerzan a enterarnos de ello. Nos hacemos cómplices del frío asesinato de un ser humano por otro cuando la televisión nos presenta la experiencia en la intimidad de nuestros hogares. Los instrumentos de la civilización revelan la ausencia de civilización. La crueldad resulta ahora más perturbadora en virtud de habérsenos enseñado que es remediable. El hombre puede comunicarse instantáneamente a través del espacio, pero le es imposible hacerlo a través de las distancias del interés nacional, la raza, la religión, el sexo o la edad. Esta es la angustiosa carga destructora de la identidad, de la que los jóvenes de todo el mundo procuran liberarse por medio de rebeliones, comunas, festivales de rock, retorno a religiones primitivas, busca de "nuevas culturas" y rechazo de los valores y normas del pasado, poniendo en ridículo las ideologías de los adultos, burlándose de la hipocresía de éstos, o tratando de escapar por medio de las drogas, la pasividad y el vacío interior. La primera generación a la que se ha obligado a criarse bajo la sombra de la extinción inminente ha rechazado las leyes de la racionalidad y la validez de los valores, al mismo tiempo que juzga a sus mayores como culpables de la corrupción de la razón y la justicia. Esta generación que condena el mal uso de los valores parece carecer de ellos. En realidad, muchos de aquellos que se rebelan contra la injusticia son injustos. Aquellos que se mofan del dogmatismo no es raro que sean ciegamente dogmáticos. Aquellos a quienes perturba la crueldad creen por ello mismo justificada la crueldad propia. Aquellos que se sienten frustrados por la irracionalidad inhumana son frecuentemente insensatamente irracionales. Seres humanos preocupados por la insensibilidad y la violencia de otros recurren a la insensible violencia para implantar un sistema más moral. Las personas buscan la identidad partiendo de premisas simplistas y aceptando el dogmatismo. Suya es la acrítica suposición de que los seres humanos son sacrificables en interés de alguna causa superior; que una moralidad superior justifica la inmoralidad transitoria. Tal como dijo cierto personaje como excusa de la corrupción de su administración, ésta trabaja con celo por una causa en la que creen profundamente.