POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
No es de extrañar que las primeras vacunas contra el Covid19 se hayan producido en los países mas industrializados, esos que ocupan el centro de nuestro sistema mundo, como lo llama el sociólogo Wallerstein. Son las naciones que concentran la riqueza y pueden, por lo tanto, destinar enormes recursos a la generación de conocimiento científico de avanzada que permita, como en este caso, desarrollar en muy poco tiempo, una vacuna para un virus del que se desconocía casi todo apenas hace poco más de un año.
Tampoco sorprende que, por decisión de sus gobiernos, las farmacéuticas ubicadas tengan ahora dificultades para cumplir sus compromisos de entrega de vacunas ya contratadas, simplemente porque dichos gobiernos consideran que sus poblaciones deben ser las primeras en ser vacunadas, tan sólo por el hecho de que es ahí donde se desarrolló la vacuna.
Como sucede en nuestro país donde quienes están acostumbrados a resolver los problemas de salud con dinero, del cual disponen en abundancia, y que les cuesta trabajo entender que hay un orden de acceso al antiviral que poco tiene que ver con el estatus económico de los pobladores. Eso de tener que inscribirse para solicitar la vacuna y esperar a que les llamen para ser inoculados cuando le toque al grupo de edad al que pertenecen, simple y sencillamente no lo entienden. Hacer fila, esperar turno junto a otros con los que no comparten nada, excepto que pertenecen al mismo grupo de edad, es algo cuya comprensión se les dificulta.
Son, sin embargo, criterios técnicos, estrategias de contención de los contagios que, para disminuir costos sociales, exigen que se vacune primero a quienes son los más vulnerables, es decir, los de mayor edad independientemente de su estatus social y económico. Y son criterios técnicos porque, a diferencia de lo que piensan los privilegiados, la pandemia no respeta el nivel socioeconómico ni el poder político. Así pues, lo mismo a nivel individual como a nivel de países, el pensamiento es muy similar, es la característica de un mundo que ha normalizado la desigualdad y que, por tanto, asume como válidos los criterios que privilegian a unos en el acceso a un derecho humano fundamental como es el de la salud. Son actitudes que no extrañan, que muestran la naturaleza de nuestro mundo social.
Lo que si sorprende es que un país como Cuba, tan pequeño en población, superficie, riqueza económica y desarrollo tecnológico esté en posibilidades de generar no una sino cinco vacunas contra el virus que tiene a la humanidad contra la pared, de los cuales uno está ya en la fase III de ensayos clínicos, es decir, se está aplicando ya a miles de voluntarios para conocer su efectividad fuera de laboratorio. A pesar de ser de los menos afectados (apenas medio millar de fallecidos) está demostrando que tiene una infraestructura médica al servicio de los seres humanos y no de la ganancia económica.
Con el criterio de servir a la humanidad y no servirse de ella, Cuba se mueve, cómo dice Ángel Guerra en La Jornada, al margen del absurdo concepto de que algún país puede salvarse de la enfermedad por sí sólo porque, otra vez los criterios técnicos, mientras más se retrase la vacunación universal a escala global más se producirán nuevas variantes del virus que harán inútil la vacunación actual. El que un país pobre (y, además bloqueado por Estados Unidos) pueda crear una vacuna muestra la necesidad de replantearnos en México los criterios con los que se asignan los recursos públicos destinados a la innovación científica y tecnológica.