POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
El orden social es la forma en que están reguladas las relaciones entre quienes forman parte de una sociedad. Es la manera en que nos tratamos, jugando roles que hacen que la sociedad funcione de una manera o de otra, es de decir, de modo que un grupo social se beneficie, o de modo que sea otro el sector beneficiado. Esa estructura social se corresponde con un orden simbólico, el conjunto de significados que atribuimos a las palabras, a las imágenes, a las relaciones.
Estamos ante cambios qué sin ser estructurales, tampoco son cosméticos. No es tan solo el cambio de envoltura que cubre al mismo sistema económico. Se trata de una reestructuración de la vida social en nuestro país que altera muchas de las formas que le daban sentido y legitimidad a una forma de organización social profundamente injusta y antidemocrática. La pobreza creciente de los muchos parecía convivir sin mayor problema con la progresiva acumulación de riqueza en los pocos beneficiarios de ese estado de cosas. Una desigualdad que a pocos les parecía injusta, fea e ilógica.
Una vez que se instaló en nuestro pensamiento el chip neoliberal nos pareció que la injusticia en el acceso a la riqueza social desaparecería con el tiempo, que la fealdad de la pobreza podía esconderse detrás del glamur de la riqueza y que, con el mito de la meritocracia, podíamos aceptar como algo perfectamente lógico el que a alguien le falte lo elemental para sobrevivir.
Para quienes tienen instalado el chip neoliberal y que lo asumen como si hubieran nacido con él, resulta inexplicable que alguien pueda pensar diferente. Para ellos el que alguien pueda pensar y actuar de manera diferente solamente se puede explicar porque ese alguien es un… tonto, aunque hay quienes usan una palabra más ofensiva para referirse al presidente López Obrador y a quienes comulgan con sus ideas. Es el caso del escritor Héctor Aguilar Camín y Daniel Bisogno, entre muchos otros personajes, que pese a las diferencias en cuanto a estudios académicos coinciden en que ambos son intelectuales orgánicos del neoliberalismo mexicano. Con estudios o sin ellos, lo único que necesitan es el acceso a pantallas y micrófonos o páginas en grandes medios y con eso es suficiente para construir, día a día, una forma de pensamiento que privilegia los privilegios, que legitima la desigualdad y sataniza a quien pueda imaginar una sociedad con menor distancia entre la riqueza y la pobreza.
Es cierto que AMLO no ayuda a conciliar posiciones, pero en realidad este proceso de distanciamiento social se agudizó a partir de los años ochenta, época en la que el mercado sustituyó al Estado en la tarea de administrar las diferencias sociales y qué, por tanto, se aceptó como lógico el que alguien pudiera concentrar tanta riqueza que no la podrían gastar después de varias generaciones, junto a la pobreza de quienes no tienen ni para satisfacer las necesidades más elementales.
Son dos discursos antagónicos que no son nuevos. Desde mediados del siglo pasado ya existían desigualdades que dieron origen a numerosos movimientos sociales, desde los estudiantiles hasta movilizaciones de obreros y campesinos, pasando por las clases medias que se expresaron a través de métodos pacíficos, aunque algunos de ellos luego fueron orillados a tomar las armas para tratar de construir un nuevo orden que contuviera la creciente desigualdad. Ambos discursos enuncian diferentes tipos de sociedad, ambos proponen un nuevo orden mirando hacia el pasado. Uno se apoya en el México con Estado benefactor, el otro en el capitalismo sin reglas.