POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Una boda, un solo festejo nos regresó a una situación similar a la que vivimos a finales de julio y principios de agosto en nuestra región. Me refiero a la ocupación de más del 80 por ciento de las camas destinadas a la atención de pacientes de covid19, la pandemia de la que parece que no alcanzamos a percibir en su total magnitud. Un escenario angustiante de pacientes que requieren atención médica de urgencia y la insuficiencia de camas para atenderlos. Pacientes que crecen en número y camas que disminuyen en disponibilidad.
El que un solo evento haya generado decenas de contagiados nos cuestiona acerca de por qué es tan difícil para los laguneros asumir una disciplina que, literalmente, nos salvaría de poner en riesgo la vida, la propia y la de los demás. Nuevamente la disputa entre quienes consideran que hace falta mano dura para obligar al ciudadano a cumplir con las disposiciones emitidas por las autoridades sanitarias para reducir los contagios, frente a los que piensan que no se puede, o no se debe, obligar a nadie a mantenerse encerrado en casa bajo la aplicación de una especie de toque de queda. O, por lo menos, a usar el cubre bocas y mantener la sana distancia.
En torno a la obvia preocupación por la salud, giran las diferentes visiones que se tienen acerca de como enfrentar una pandemia, algo absolutamente desconocido para la mayoría de los mexicanos, que no estamos entrenados para reaccionar de manera ordenada, frente a situaciones tan complejas como la que estamos enfrentando.
Lo peor es que desde el nivel de la autoridad no hay unidad de criterios, ni siquiera se vislumbra la intención de construir un frente común para enfrentar la pandemia, cuyo combate exhibe la misma incapacidad de coordinación que hay en el combate a la inseguridad y, ahora, en lo que se refiere a la coordinación fiscal.
Somos una República que combate de manera muy desorganizada al crimen organizado, sin estrategia unificada, sin confianza mutua entre estados y federación. Los resultados están a la vista, un número de víctimas de la delincuencia creciendo a un ritmo que no se detiene, ni siquiera por la cuarentena a que obliga la pandemia. El Pacto de coordinación fiscal exhibe la voluntad de cualquier cosa, menos de coordinarse para actuar como una federación de entidades que asumen la constitución de un pacto federal para enfrentar problemas, como la desigualdad de recursos precisamente bajo el principio de que aporte más quien más tiene.
El combate al covid es pues, otro de los campos de batalla donde se dirimen intereses de sectores que tienen ideas muy diferentes del país que habitamos. Son expresión de la polarización que actualmente vivimos y que, por supuesto, no se queda en el nivel de los funcionarios. La diferencia entre autoridades estatales y municipales con respecto a la obligatoriedad del uso de cubrebocas, por ejemplo, impidió que la ciudadanía tomara en serio la medida y, por consecuencia, los festejos y reuniones aumentaron, lo que a su vez incrementó el número de contagios.
Ahora, a nivel regional, estamos cerca, muy cerca del colapso de las instituciones de salud. Son solo unas cuantas decenas de camas las que están disponibles para atender a pacientes de covid, un número que fácilmente puede ser rebasado con un solo evento, una sola fiesta que puede ser la última para algunos de los asistentes, no solo por el riesgo del contagio sino por la creciente probabilidad de que no encuentren ni cama ni personal médico disponible para atenderlos.
