POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Para Rubén Darío, como para todos los grandes poetas, la mujer no es solamente un instrumento de conocimiento, sino el conocimiento mismo. El conocimiento que no poseeremos nunca, la suma de nuestra definitiva ignorancia: el misterio supremo. Octavio Paz en El Laberinto de la Soledad.
Este día 9 de marzo es un día histórico. Independientemente del nivel de movilización que logren las mujeres convocantes, la invitación es, en sí misma, un parteaguas en la forma en que se desarrollan los movimientos sociales. Y más en nuestro país. Es un descentramiento de los actores tradicionales (las etnias, las clases sociales o sus expresiones más específicas como los sindicatos, las asociaciones patronales, los partidos, etc.) para que ese espacio central sea ocupado por el género (en este caso, el femenino).
Las reivindicaciones de las mujeres, algunas tan básicas como el derecho a la visibilidad (con sus muy personales formas de vestir, hablar y actuar que, ciertamente, suelen desafiar eso que llaman la hetero-normatividad patriarcal), perturban un orden social establecido precisamente para mantener los privilegios que permiten a los hombres el dominio absoluto del espacio social, tanto privado como público.
La desigualdad es, por supuesto, un problema que afecta no solamente a uno de los géneros sino a la sociedad en su conjunto, pues contamina el conjunto de las relaciones sociales cuya mayor expresión de ello es la violencia física, incluido el feminicidio.
El hartazgo ha llevado al diseño de estrategias de movilización inéditas, por lo menos en nuestro país, y hoy nuestra sociedad vive el reto de transformar su autopercepción, de reestructurar el papel que asigna a la mujer y, por tanto, de reasignar el lugar hasta ahora ocupado por el hombre y lo masculino.
Para eso habrá que transformar instituciones tan poderosas como el Estado, las iglesias y los medios de comunicación para que coadyuven en la construcción de nuevas formas de interacción entre géneros, lo cual es indispensable para empezar a pensarnos en términos distintos a como lo hemos venido haciendo hasta hoy, como géneros que se disputan la conducción de la sociedad.
El feminismo o los feminismos están haciendo su tarea al cuestionar una estructura social construida sobre la base de la desigualdad entre géneros. Falta destacar la emergencia de las nuevas masculinidades, las no tóxicas, las propuestas de reconstrucción de la virilidad que no toman como referente negativo a lo femenino, las que colaboran en la construcción de un nuevo tipo de ciudadanía en la que quepan todas las variantes o identidades de género.
Darse cuenta de que existen muchas formas de ser hombre, como dice la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, implica la posibilidad de reconocer la posibilidad de construir masculinidades alternas, formas no tradicionales de vivir la masculinidad que, por supuesto, no solamente implican formas nuevas de relacionarse con las mujeres sino también con los hombres, y quizá la característica principal sea la posibilidad de establecer vínculos sin requerir de ningún tipo de violencia.
Abandonar el modelo tradicional de masculinidad, tan valorado por las instituciones que soportan la sociedad patriarcal no es fácil, pero existen posibilidades de avanzar en ello si reconocemos que el pensamiento está colonizado y que, sin embargo, es posible construir prácticas de resistencia antipatriarcales que posibiliten la construcción de una nueva perspectiva que sustituya a la cultura machista.