El día de Muertos, es una de las tradiciones más emblemáticas de México; tanto, que ya es reconocida a nivel internacional y extranjeros de todo el mundo viajan a nuestro país para vivir en carne propia una de las tradiciones culturales más emblemáticas de nuestro país. Es mucho más que una festividad; es un reflejo del alma colectiva que entrelaza historia, cultura y una profunda relación con la muerte.
Cada año, en los altares dedicados a los finados, el aroma del pan de muerto y las coloridas exposiciones de calaveritas nos invitan a un encuentro íntimo con nuestras raíces, recordando que, en México, la muerte no se llora, se celebra.
La historia del Día de Muertos tiene sus orígenes en las civilizaciones prehispánicas. Los aztecas y otros pueblos indígenas realizaban ceremonias en honor a Mictlantecuhtli, el dios del inframundo. También conocido como el "Señor de Mictlán" (la mansión de los muertos). Junto a su esposa Mictecacihuatl, reinaba en el Mictlán, el último de los niveles del inframundo al que llegaban los muertos de forma natural. Era una figura central en la cosmovisión mexica, no vista como un mal final, sino como una transición necesaria en el ciclo de la vida.
Estas celebraciones no eran vistas con temor, sino con reverencia hacia la muerte como un ciclo natural de la vida. Con la llegada de los españoles y la imposición del catolicismo, estas tradiciones se sincretizaron con las festividades de Todos los Santos y los Fieles Difuntos. Lo que resultó fue una fusión única de elementos prehispánicos y cristianos que ha perdurado hasta nuestros días.
Hoy, el Día de Muertos es un símbolo de la riqueza cultural de México, declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO en 2008. Lo que comenzó como un tributo a los ancestros ha evolucionado en una celebración nacional que une a las familias y a la sociedad en un espacio de conexión espiritual.
El altar
El altar de muertos es el elemento más representativo de esta festividad. Cada detalle en él tiene un simbolismo profundo: las flores de cempasúchil guían a los difuntos de regreso al mundo de los vivos; el copal purifica el ambiente y aleja los malos espíritus; las velas iluminan el camino; las fotografías y objetos personales recuerdan a aquellos que ya no están, manteniendo su memoria viva.
En los altares también encontramos los alimentos favoritos de los difuntos, y por supuesto, el pan de muerto, un elemento que simboliza la generosidad del anfitrión. Este pan, con su forma redonda y sus decoraciones que representan huesos, es una ofrenda que acompaña a los espíritus en su breve regreso al mundo terrenal.
Por su parte, las calaveritas de azúcar son otro símbolo importante. No solo decoran los altares, sino que se intercambian como dulces regalos, a menudo con los nombres de seres queridos. Junto con ellas, las calaveritas literarias, pequeñas composiciones poéticas, ofrecen una crítica mordaz y humorística sobre los vivos, recordándonos que la muerte es democrática: nadie, por importante que sea, puede escapar de ella.
El camino al Mictlán
La leyenda del Mictlán es parte de la cosmogonía del México antiguo y da respuesta a preguntas que rondan la cabeza del ser humano desde siempre: ¿Qué pasa cuando morimos? ¿Hay vida después de la muerte?¿a dónde vamos al morir?
Para llegar al Mictlán se tiene que atravesar por nueve niveles que van descendiendo de manera vertical en el espacio y el tiempo. Después de un viaje de cuatro años atravesando obstáculos que miden la fortaleza de nuestro espíritu, encontramos las puertas del Mictlán, en donde nos reciben el señor de la muerte Mictlantecuhtli, y la diosa Mictlancihuatl.
¿Por qué cuatro años?Para los mexicas la muerte no es súbita, es una transformación gradual. Cuatro años es el tiempo en el que un cuerpo tarda en descomponerse. En las culturas prehispánicas se acostumbraba mantener los cuerpos de los fallecidos cerca hasta convertirse en huesos, signo de que han llegado a su destino.

