No es el día de apapachar a los gordos, no se trata de echar porras a quienes tienen sobre peso. Pero tampoco se trata de culparlos, de señalarlos mientras se afirma que es por su culpa que tengan riesgos innecesarios de padecer enfermedades eventualmente incapacitantes. Es, en realidad, la oportunidad de reflexionar acerca de las causas sociales de trastornos individuales, enfermedades personales que tienen altísimo impacto social y que, por tanto, es posible rastrear en la historia las circunstancias que les dieron origen.
En eso consiste dedicar un día, cada año, para propiciar a nivel mundial un proceso de reflexión sobre la obesidad y sus efectos en la salud individual y social. Hasta hace cinco años era el 11 de octubre y desde 2020 se estableció que cada 4 de marzo se impulsará la discusión, dentro y fuera de los espacios médicos, acerca de los problemas de salud relacionados con el exceso de kilos en nuestro cuerpo. Más allá de cuestiones estéticas, la obesidad es un asunto de salud, con efectos personales y también con impacto familiar y social.
En el caso de nuestro país fácilmente se puede rastrear como la obesidad, en tanto factor de riesgo de enfermedades crónicas (diabetes, hipertensión, etc.) se convirtió en un problema de salud pública a partir de la instauración del modelo de sociedad neoliberal. En los años ochenta las enfermedades vinculadas a la obesidad estaban lejos de ser las principales. Sin embargo, justo en esos años nos llegó la gran revolución neoliberal que arrebató el poder a los gobiernos para cedérselo a los mercados. Las medidas proteccionistas, esas que cuidaban la industria nacional, se hicieron a un lado para que el mercado ocupara el lugar protagónico que antes ocupaba el Estado.
Así nos llegaron productos que dispararon el consumo calórico y, con ello, los padecimientos relacionados con un nuevo estilo de vida que tiene como centro una dieta rica en carbohidratos, azúcares y grasas, así como un sedentarismo que desdeña el ejercicio físico. El resultado es que ahora ocupamos el segundo lugar mundial en obesidad y, derivado de lo anterior, también estamos en los primeros lugares en prevalencia de diabetes, hipertensión y otros padecimientos que suelen ser incapacitantes si no se tratan a tiempo.
En tanto problema personal y social se requiere actuar, tanto para prevenir como para atender a quienes ya están en situación de obesidad. A nivel individual se requiere hacerse cargo de la parte que nos toca haciendo una revisión general de nuestro estado de salud, con énfasis en la nutrición, practicar deportes o actividades físicas, comer saludable y desarrollar a nivel familiar una cultura de consumo nutritivo. En los social se requiere una participación ciudadana más intensa que presione o apoye al gobierno en sus políticas de cuidado y/o recuperación de la salud, sobre todo, en lo referente a meter al orden a la industria alimentaria para ir más allá de los “sellos negros” que los productos procesados portan en su envoltura.
Además, habrá que exigir campañas más agresivas de educación que empoderen al ciudadano, especialmente a los niños para que aprendan a tomar decisiones que se traduzcan en una dieta saludable. Particularmente hay que tener un control más riguroso sobre los alimentos ultraprocesados, así como sobre sus políticas publicitarias, sobre la obligación de informar al consumidor sobre los contenidos de sus productos y, sobre todo, en torno a los eventuales riesgos a la salud.
Ejercitar el cuerpo y la participación ciudadana en organizaciones como “El poder del consumidor” son, sin duda, nuestras mejores defensas contra la obesidad.