La mejor manera de medir los alcances de la llamada Cuarta Transformación consiste en observar las reacciones que genera. Así podemos ver quienes se sienten afectados y por qué o, mejor dicho, en qué. No han sido los trabajadores quienes se oponen a un proceso transformador que, en efecto, ha cambiado su circunstancia. Después de decenios en los que su única mercancía, su fuerza de trabajo, ha sido sistemáticamente abaratada, llegó un sexenio que puso especial énfasis en la recuperación de su valor, cambió las condiciones de intercambio entre trabajo y salario sin hacer grandes aspavientos, solo aplicando la Constitución.
Aunado a lo anterior se ha mantenido eso que los economistas llaman las condiciones macroeconómicas para que, efectivamente, el salario permita adquirir lo indispensable para que el trabajador se mantenga a sí mismo y a su familia, algo que tienen muy presente los capitalismos de otros países pero que en el caso mexicanos casi siempre se ha escamoteado.
Si a alguien culpó la oposición del aplastante triunfo de Morena en las elecciones federales fue precisamente a los trabajadores. Pero ¿Qué esperaban quienes se aglutinaron en torno a Xóchitl Gálvez para ser dirigidos por Claudio X González, miembro de una de las familias más favorecidas por el gobierno de Salinas de Gortari? ¿Cómo se les ocurre que los trabajadores a quienes han empobrecido bajo el pretexto de que solo así se pueden atraer capitales extranjeros para que inviertan en México? Los que sistemáticamente se negaron a mejorar las condiciones salariales porque “se ponían en riesgo las inversiones” son los mismos que, en lo general, se niegan a pagar impuestos, son los menos comprometidos con la idea de nación que emergió de la Revolución iniciada en 1910.
De verdad creyeron que podrían ganar las elecciones, en serio se consideran todavía que representan lo mejor para el país que han saqueado durante años. Por eso no son los trabajadores los que se oponen a un proceso transformador que. A diferencia de las “reformas estructurales” que nos vendió Peña Nieto a través del llamada “Pacto por México” firmado por los partidos que ahora tienden a la desaparición.
Ni siquiera los pequeños empresarios se oponen a la profunda transformación que se vive en nuestro país porque en el mar del neoliberalismo están condenados a ser devorados por los grandes tiburones que aquí no tienen los límites que si enfrentas en sus países de origen. Tierra de conquista, eso ha sido nuestra nación. Por eso los beneficiarios de ese orden neoliberal son los que ahora reaccionan en contra torpedeando la reforma educativa, la reforma energética y ahora la reforma del poder judicial.
El bloqueo a la Cámara de Diputados por empleados de la Corte y los juzgados, apoyados por estudiantes de derecho solo demuestra que quienes mueven los hilos, jueces y magistrados así como sus patrocinadores, son quienes se beneficiaron de un orden judicial en el que muy difícilmente podía encontrar justicia quien no tuviera el capital económico para ello. O el capital social, es decir, los contactos, las relaciones que permiten el acceso al tipo de justicia al que se accede mediante intrincados laberintos controlados por quienes los hicieron, curiosamente los mismos que debieran proveernos justicia pronta y expedita. La reacción, ahora convertida en oposición política, no tiene futuro. Está lejos de ser derrotada pero, sin duda, ha perdido y sigue perdiendo varios de los instrumentos en los que finca su poderío. En este proceso de reconstrucción social, más nos vale tener siempre presente que, por el bien de todos, (incluidos los reaccionarios), primero los pobres.