Es muy fácil disfrazar lo que uno no tiene, pero también se puede ambicionar hasta caer en un abismo.
Creo que la envidia es un coraje hacia la vida, por lo que nunca se pudo tener de niño, y ahora que ya es adulto explota con su rabia por no tener lo que él quiere.
El que envidia no puede ver la alegría de otros, cuando compran algo que les guste y quieren que los demás sean felices, mientras quien envidia cohíbe la felicidad de otros.
Y al ver que estar imposibilitado de gastar el poco dinero de su salario, es cuando más se envuelve en su ira.
Como dicen muchos el dinero para remediar los problemas cotidianos, pero, sin embargo, si a uno le alcanza para darse un lujo se comprende.
Mientras que el envidioso avaricia sin respeto alguno, no hay cura para aquel que envidia, quizás solamente él tiene el remedio, pero no lo quiere ver.
Así como la envidia corroe y consume al que la porta, la avaricia lo aprisiona en un ciclo sin fin de deseo insaciable. Ambos envenenan el alma y oscurecen el corazón. En contraste, la virtud del respeto hacia los logros y la felicidad de los demás es un bálsamo que nutre el espíritu y promueve la armonía entre los seres humanos. Quien abraza esta virtud encuentra paz en la alegría ajena y libera su mente de las cadenas de la envidia y la avaricia. Así, mientras el envidioso y el avaro se consumen en sus propias pasiones desenfrenadas, aquel que practica el respeto florece en la luz de la comprensión y la empatía.