Producto de eso que se llamó Estado de bienestar y que ahora se encuentra en extinción, las Afores (Administradoras de Fondos para el Retiro) son los instrumentos inventados por el gobierno de Ernesto Zedillo para convertir los ahorros de los trabajadores en instrumentos de inversión bursátil. Paradójicamente, uno de los mayores logros del Estado de bienestar, el aumento en la esperanza de vida se convirtió en el pretexto para mercantilizar los recursos que obreros, patrones y Estado destinaban para que los trabajadores tuviesen una vejez digna, pues llegó un momento en que la mayor longevidad de los jubilados hizo imposible que las aportaciones de las generaciones jóvenes de trabajadores financiaran las pensiones.
La salida neoliberal que Zedillo encontró fue similar a la que poquito antes había establecido el gobierno de Clinton, convertir los ahorros de los trabajadores en instrumentos de inversión, en dinero fresco para que el capital pudiese remontar la crisis financiera de los años ochenta. Así, sin decir agua va, esos ahorros pasaron de ser administrados por el Estado a la gestión privada, es decir, en instrumentos para la búsqueda de ganancias particulares, sin ninguna posibilidad de que los dueños de esos dineros, los trabajadores, supervisen su manejo.
Mucho se facilitó lo abrupto de nuestra entrada a un mundo globalizado por el mercado, a un universo de relaciones dominadas por el apetito de ganancias en el que todo se volvía susceptible de venderse y comprarse, de convertirse en mercancía. Y así nos vendieron la idea de que lo ahorrado mediante descuentos de nómina era dinero muerto, dinero que podía multiplicarse al invertirse en proyectos exitosos. No nos dijeron que, eventualmente, también podrían aplicarse en proyectos ruinosos y que, por lo tanto, en lugar de ganancias podían obtenerse pérdidas. Tampoco nos dijeron que el verdadero negocio estaba en la administración de esos recursos porque, ganen o pierdan, las Afores siempre cobran su comisión. Tampoco nos dijeron que harían con todas esas cuentas cuyos dueños ignoraban su existencia, trabajadores que lo único que sabían es que de su sueldo se les descontaba una cantidad de la que nunca se les informaba sobre saldos y rendimientos.
Así, muchos trabajadores fallecieron sin haber gestionados sus ahorros guardados en alguna Afore, recursos que les dieron y les siguen dando rendimientos a los administradores sin beneficio para los dueños. Otros muchos aún viven y siguen sin saber que tienen un “guardadito” en alguna Afore y, por tanto, esas Administradoras los siguen jineteando sin pagar dividendos a los trabajadores que simplemente ignoran que tienen una cuenta de ahorros. Y no es poco el dinero involucrado pues se habla de más de 2.2 millones de cuentas de ahorro inactivas, en las que se guardan alrededor de 40, 000 millones de pesos que ahora jinetean las Afores sin retribuir esos rendimientos a sus dueños dada la individualidad de esas cuentas.
La propuesta de incorporar esos recursos a un Fondo de Pensiones para el Bienestar genera, obviamente, la encarnizada oposición de quienes ahora guardan esos recursos que saben que es altamente improbable que los retiren sus dueños, bien sea porque no saben de su existencia o no saben como gestionarlos o, simplemente porque ya fallecieron. El Fondo de Pensiones lo que ofrece es la posibilidad de gestionar esos recursos para mejorar las condiciones de retiro para quienes ya no estén en condiciones de trabajar, sin negar en ningún momento que si el titular de alguna de esas cuentas inactivas decide retirar sus ahorros lo pueda hacer, por tanto, es absolutamente falso hablar de confiscación de los ahorros de los trabajadores.