El gobierno de la gente, el proceso mediante el cual deciden aquellos que serán afectados por esas mismas decisiones, eso que llaman democracia es algo que permanentemente se encuentra en disputa, particularmente sus significados. Para los griegos antiguos, por ejemplo, la democracia consistía en que los ciudadanos decidieran sobre todo aquello que afectaba a la ciudad. El problema estaba en la categoría de “ciudadano” pues en ella no cabían los extranjeros, los esclavos ni las mujeres.
Ahora se asume como democracia la forma de gobierno en la que todos, ciudadanos y ciudadanas, pueden participar en la discusión sobre los problemas que atañen a una nación. Sin embargo, no todos se sienten representados, no todos consideran que sus particulares problemáticas sean consideradas como importantes por aquellos que han sido designados representantes de los diversos sectores sociales.
Por eso, para el caso de nuestro país, se ha instrumentado la cuota de género y se ha buscado que exista una cierta representación étnica e, incluso, de grupos que no comparten las preferencias sexuales de las mayorías. Aún así, el mosaico multicolor de nuestra diversidad social no acaba de construir un modelo de representación en el que todos nos sintamos legítimamente representados. La dificultad mayor reside, me parece, en las diferentes formas de pensar el mundo, en los distintos modos de entender las reglas que deberían regir nuestras conductas y dirimir nuestras diferencias.
Mucho se ha avanzado gracias a la exigencia de aquellos que estuvieron marginados de la toma de decisiones. Es el caso de los jóvenes, de los indígenas, de las mujeres, de los afromexicanos, etc., todos aquellos que estorbaban la imagen uniforme que durante años se construyó de nuestro país. Pero es mucho mas lo que falta por hacer. Por ejemplo, que la representación que la ley acepta, se vuelva realidad en la práctica cotidiana.
Construir una cultura de la participación, inculcar en los niños la vocación por decidir lo que mejor convenga al grupo social al que se pertenece es, es lo que yo considero, algo sobre lo que se debe avanzar poniendo en práctica la participación informada, la capacidad para escuchar y la convicción de que todos debemos decidir lo que a todos concierne.
Pero todo lo anterior no es sino una de las formas de entender la democracia. Para otros tiene otros significados. Los hay, por ejemplo, que consideran que no todos deberíamos participar en la toma de decisiones, sólo los mas letrados, los que saben, los expertos. El resto, los demás simplemente deberíamos apoyar lo que esos otros decidan por nosotros. Un gobierno de expertos es mejor que un gobierno de todos, dicen. El problema es quien decide respecto a quienes son los mejores (¿en qué?), cuáles los que saben más (¿sobre qué?). Esos, los que deciden sobre el criterio de decisión son los que mandan.
Eso es justamente lo que está en disputa, los significados de la democracia. Por eso se usan diferentes conceptos para referirse a quienes habrán de ejercer la toma de decisiones “democráticamente”. Unos, los llamados “conservadores”, se atrincheran en la “sociedad” mientras que los seguidores de la Cuarta Transformación hablan del “pueblo” como el destinatario de las políticas que pretenden desmantelar la arquitectura institucional construida durante el largo periodo neoliberal. Entre unos y otros están los indecisos o, mejor dicho, los menos informados, los que no tienen tiempo para consultar cifras o autores que alumbran con sus reflexiones los rumbos que unos y otros proponen. Los que todavía no saben que lo que está en disputa es, justamente, el significado de democracia.