Arrancamos… Desobedecer en lo cotidiano... En 1920, Gandhi invita a los indios a boicotear la vestimenta inglesa. Después, junto con los responsables del Partido del Congreso (que él dirige hasta 1934), llama a la «desobediencia civil» a retirarse de los tribunales, de las escuelas y de la administración de los ingleses. La población está cansada de pagar el impuesto inglés sobre la sal recogida en las orillas del país. En marzo de 1930, Gandhi inicia una marcha de 388 kilómetros hasta la orilla del mar, donde agarra simbólicamente un puñado de sal, arropado enseguida por una multitud no violenta. Encarcelan a 60.000 personas y hay muertos: el mundo entero queda consternado. Gandhi declara entonces: «El puño que ha agarrado esta sal puede romperse, pero la sal jamás se rendirá». Inventa un método imparable para detener, por desgaste, a los ingleses que explotan su país: no hacer nada. O casi, lo cual es un matiz importante... Gandhi, llamado también Mahatma (la «Gran Alma») nace bajo el signo de un esfuerzo permanente. «Yo mantenía una estricta guardia sobre mi conducta. Si yo merecía o parecía merecer -a los ojos del maestro- ser reprendido, me resultaba intolerable», recordará más tarde. Un día roba una pieza de oro, con toda la buena intención, para pagar una deuda contraída por su hermano. Pero, sintiéndose culpable, confiesa todo en una carta a su padre, una persona importante y sin embargo seria, quien al leerla rompe a llorar. Después «cerró los ojos para reflexionar y desgarró el trozo de papel. Yo también lloré. Podía ver que el sufría horriblemente. Podemos imaginar el ambiente de esa casa... Más aún cuando la madre, verdadera «santa», ayuna a cada rato. Pero es así, dirá Gandhi, como se adquiere el virus de la ahimsa, de la acción por la no-violencia. En resumidas cuentas: la casa de los Gandhi no es «la brigada de la risa», sobre todo para el joven al que casan de oficio, el que hubiera querido no estar presente en la muerte de su padre, y se convierte en el cabeza de familia a los 16 años. El joven Gandhi quería estudiar medicina. No lo consigue. es un estudiante mediocre, aunque el inglés no se le daba nada mal. Precisamente por eso, ¿por qué no ir a Inglaterra, para perfeccionar su acento y aprender las leyes de su Muy Graciosa Majestad? Esta idea provoca un tremendo escándalo en la familia Gandhi. ¡Alejarse del país convertirá «a este niño en un paria hasta el final de su vida»! Mala suerte. Después de prometer a su madre «no tocar ni el vino, ni a las mujeres, ni la carne», los tres grandes peligros que acechan al indio que sale de viaje, hace su maleta. ¡Hasta la vista, India! Aquí Londres. Allí descubre las «good manners» (lecciones de baile y de elocución), entabla amistad con un dandy, y hay que reconocerlo, vive un poquito en el fog, la famosa niebla británica, olvidando sus promesas. Pero al final todo vuelve a su sitio: obtiene su diploma de derecho y, sobre todo, una revelación: se descubre visceralmente indio. Sin embargo, de vuelta a la India, el joven abogado tiene dificultades con las leyes locales porque no las conoce bien y, además, ¡tartamudea! Por eso, cuando se le presenta la ocasión de un trabajo en Sudáfrica, piensa que a los 24 años su carrera puede comenzar a despegar. Pero sin ninguna suerte, pues en ese país que gobiernan los Boers y los ingleses (sí, en esa época están por todas partes) hay mucho racismo. Hasta que un día, en un tren, un revisor le ordena ir a 3ª clase «con los negros y los indios» y toma una decisión: ¡no se mueve de ahí! Se le expulsa del vagón, pero eso no es muy grave, porque en respuesta crea un partido. Explica a las masas el satyagraha «la fuerza de la verdad». Su método: desobedecer y aguantar la represión hasta que el adversario reconozca su error. Durante siete años es terrible: miles de indios son torturados o encarcelados como Gandhi, pero siguen su ejemplo. Al promover huelgas, Gandhi acaba consiguiendo algunos derechos para los mineros, los trabajadores indios de África del Sur. ¡Muy fuerte!