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El discurso de los antagonistas al gobierno de AMLO en sus albores, principalmente panistas, auguraban una transformación de nuestro país al estilo venezolano; me parece que ni siquiera sin entender el significado de lo que proferían al no precisar en qué nos íbamos a equiparar al país andino gobernado en ese entonces por el socialista Hugo Chávez. Hoy, a cinco años del primer gobierno de izquierda en México, en el ocaso del gobierno de AMLO; y con la sucesión presidencial a meses de concretarse, aparecen las mismas voces con el discurso de que somos un desastre como país y se debe retomar el rumbo de sexenios priístas y panistas que antecedieron al actual gobierno; sin embargo, sus profecías no se cumplieron, pues ya en último hálito de esta administración morenistas, no se puede atisbar por ningún lado los rasgos que distinguen a una administración socialista al estilo Venezuela. Y es que hay que tener en cuenta aspectos tan elementales para poder establecer un análisis comparativo que nos permita evidenciar un grado de similitud entre ambos países, y para ello desglosaremos algunos de ellos. En primer lugar, la economía. Nosotros contamos con un tratado de libre comercio con los Estados Unidos, lo que vuelve nuestra economía dependiente de los vaivenes estadunidenses, además de los naturales flujos de intercambio que se dan y encaja dentro del modelo neoliberal; lo cual no sucede con Venezuela, cuya economía se basa principalmente en el petróleo lo cual nos aleja de cualquier comparativo en este rubro; y para reforzar este argumento, el 80% de las exportaciones venezolanas son petróleo, mientras que nuestros ingresos oscilan entre el 10 y el 50 por ciento. Además, la base nuestra economía son las empresas del sector privado, que representan el 70% mientras que el Estado el restante 30; mientras que en Venezuela ocurre lo contrario. En el otro aspecto más distintivo de la dictadura venezolana, tenemos a un ejército que de sus filas emana el presidente y cuyo poder es absoluto, mientras que en nuestro México, el ejército está subordinado al poder constitucional y solo está en manos del presidente por el tiempo que dura la investidura presidencial, la cual es de seis años sin posibilidad de reelección, lo cual no sucede en Venezuela, en donde la reelección presidencial es permitida y se puede tener un presidente vitalicio en una especie de dictadura, lo cual no sucede aquí, en donde recién terminaron los procesos internos de los partidos para elegir a sus candidatos con miras a la elección de 2024. Con solo estos temas, podemos colegir de manera simple que no somos iguales a Venezuela ni mucho menos que estamos en camino de volvernos similares; lo cierto es que la economía venezolana a pesar de sus ingresos no ha podido contener problemas como la inflación que tampoco es un problema en este país, lo que significa una diferencia más, y tiene a millones en la pobreza, problema que tampoco hemos resuelto en este sexenio y que cabe mencionar, no se resuelve con seis años de un estilo de gobierno. En síntesis, no somos ni seremos Venezuela y la hipótesis de los antagonistas simplemente no se cumplió.