Arrancamos… Junto con el trabajo físico y el parto, la política es, en términos cristianos, una de las maldiciones de la humanidad. Las máquinas han dulcificado mucho el trabajo, y el parto no supone ya el dolor que era antes. ¿Pero qué ocurre con la maldición de la política? Si los hombres fueran ángeles, no se necesitaría ningún gobierno. Pero, ya que se necesita algún tipo de gobierno, ¿no podríamos encontrar una solución mejor que los Estados que la historia nos ha revelado, asediados por la guerra, la pobreza y la violencia? Esperanzas elevadas de este tipo han hecho erupción sobre todo entre los pobres en los márgenes de la política, y en ocasiones han llegado a capturar la atención del centro. Estas esperanzas derivan sin excepción de una versión milenaria del cristianismo y han tenido consecuencias explosivas. Por ejemplo, los anabaptistas, que creían en la inminencia de un nuevo orden celestial, tomaron la ciudad alemana de Münster en 1534 e instituyeron lo que se pensaba que era una comunidad perfecta. Guardaba un parecido notable con el totalitarismo moderno. En la guerra civil inglesa de 1642 resultaba evidente una Decencia hacia el despotismo religioso. “Es el plan de Dios —escribió un clérigo con la inspiración típica — que sea el gobierno civil, y todas las cosas de aquí abajo, a imagen y semejanza de las cosas de arriba." Una tradición poderosa enraizada en la filosofía, también ha centrado su atención en el proyecto de una sociedad perfecta. Muchos han quedado fascinados por el relato de Platón sobre el filósofo que escapa de la cueva llena de sombras, donde casi todos vivimos, para ver la realidad de las cosas. El verdadero gobernante sólo podría ser el filósofo, ya que sólo éstos tenían acceso al conocimiento necesario para guiar a una comunidad verdadera. Mucho más adelante, los philosophes del siglo XVIII pensaron que su dominio de la razón era el conocimiento requerido para traer la justicia al mundo, un proceso que para muchos de ellos no era otra cosa que acabar con el ansíen régimen. Fueron estos autores los que acabaron con la aversión tradicional de Occidente hacia el despotismo, reconociendo que el nuevo orden exigía no sólo conocimiento, sino también poder ilimitado. El Estado europeo, muy ligado a la constitucionalidad y al gobierno de la ley, estaba por esta razón condenado a la imperfección. El terreno moderno del que han brotado estas ideas lo abonó Francis Bacon, quien definió el objetivo de la vida humana como la acumulación de conocimientos útiles para la causa del progreso de las condiciones de vida. A finales del siglo XVIII, la tecnología había llegado a tener tal poder sobre la naturaleza, que los pensadores más avanzados ya estaban soñando con ejercer el mismo tipo de poder sobre la sociedad. Su primera aventura fue Francia, en 1789. El hecho de que terminara en sangre y tiranía simplemente los devolvió, por decirlo de alguna manera, al cajón de los proyectos. Muchas corrientes de pensamiento alimentaban una aspiración parecida a la búsqueda del poder mágico. Las especulaciones religiosas sobre la revelación progresiva de Dios y la idea panteísta de que Dios es la creación, no un creador externo, se introdujeron en la filosofía. En Escocia una serie de pensadores, Adam Smith o Adam Ferguson entre ellos, veían a la historia de la humanidad como una progresión de etapas evolutivas: los hombres evolucionaron del nomadismo al pastoreo, que dio lugar a la agricultura y culminó con la sociedad comercial de los tiempos modernos. Cada etapa se interpretaba como una forma más alta de civilización, guiada por lo que Adam Smith llamaba "la mano invisible". En Alemania, estas y otras ideas fueron expuestas por el filósofo Hegel, quien reveló a sus lectores que la historia, vista por los escépticos como un simple subir y bajar por los baches del desatino humano, presentaba en realidad una estructura racional.
MI VERDAD.- La filosofía de Hegel es formidable y compleja, pero sugirió veleidades apocalípticas creían haber solucionado, casi solucionado al menos, el acertijo de la existencia humana.