¿Para qué educar? ¿Para que formar, desde la niñez, a los que son los futuros ciudadanos? Preguntas como esa son las que, de algún modo, estamos contestando con las expresiones a favor o en contra de los libros de texto. Educar es socializar, es incorporar a los niños a una sociedad de la que, al principio, solo conocen a sus familiares. El mundo del pequeño es el mundo familiar y, por tanto, las reglas y estilos de socialización que el niño va conociendo son las que aprende en familia. Básicamente, aprende a moverse entre familiares, a respetar las normas que regulan la vida familiar.
La familia es parte de la sociedad, pero no es la sociedad. La única manera de mantener al conjunto de familias como parte de una sociedad es construyendo y transmitiendo valores comunes, ideas y sentimientos que se apoyen en un pasado común, en una historia compartida. Por eso sorprende que pseudointelectuales como Sergio Sarmiento afirmen que el problema con los libros de texto no es que los elabore la SEP, sino que sean obligatorios. Desde su perspectiva, cada familia debería tener la oportunidad de educar a sus hijos como mejor le pareciera y, por tanto, apoyándose en los libros que los padres de familia consideren adecuados.
Para hacer ese tipo de consideraciones uno tiene que preguntarse ¿en donde se educaron? ¿Dónde aprendieron a ser mexicanos los periodistas como Sarmiento? Porque la verdad es que son ellos justamente, gente como Sarmiento, Alatorre o su patrón, Salinas Pliego, los mejores exponentes del fracaso del actual modelo educativo. A ellos se podría agregar a Vicente Fox, para mencionar un ejemplo más que ilustrativo, pues no solo no sabe escribir, no lee, sino que, lo más importante, fue “educado” sin las nociones básicas de patria o soberanía nacional, sin una idea de lo que es vivir en sociedad.
Si algo muestran los detractores de los libros de texto es su nula formación en valores sociales, pues su ética es la de la empresa, es decir, la de la utilidad, la que les impide ver a los demás como compatriotas y solo alcanzan a verlos como consumidores, como gentes a las que hay que venderles hasta lo que no necesitan, porque eso es lo que enseña el mercadeo.
Dicen defender a los niños y compran la obtusa ocurrencia del locutor Alatorre sobre los peligros del “virus del comunismo” que portan los libros de texto, pero son incapaces de ver la distorsión de los procesos cognitivos que genera Tv Azteca y, en general, la televisión comercial. Si a alguien le debemos que muchos mexicanos sean analfabetas funcionales, aunque sepan leer y escribir, es a las televisoras.
Así, las funciones superiores de la inteligencia, como el pensamiento y el razonamiento, se adormecen. En su lugar, Tv Azteca y Televisa (principalmente, pero no únicamente) estimulan permanentemente las emociones, sobre todo la del miedo. En el fondo, continúan (de manera disfrazada) con aquella campaña según la cual López Obrador es un peligro para México, cuando en realidad, ha sido un peligro para sus intereses.
Que la gente piense, lea, converse y actúe en consecuencia es a lo que en realidad temen los que se oponen a los libros de texto. Es el miedo a que los que viven en pobreza económica salgan de la pobreza cultural, miedo a que obtengan las herramientas que les permitan empoderarse y, por tanto, liberarse de la necesidad de buscar en la televisión las respuestas sobre su pobreza, su permanente permanencia en los márgenes del desarrollo y su carencia de derechos.