Arrancamos… En un sistema de gobierno despótico, el principio de orden definitivo nace de las inclinaciones del propio déspota. Aunque el despotismo no es un sistema en el que la justicia carezca por completo de significado: generalmente ha prevalecido en sociedades muy tradicionales en las que manda la costumbre y los términos impositivos de la justicia se aceptan como parte del orden natural de las cosas. Cada persona encaja en un proyecto reconocido por la divinidad. Las dinastías suben y caen según lo que los chinos llamaban "el mandato del cielo", pero la vida cambia poco para el siervo. Todo depende de la sabiduría del gobernante. En el siglo XI a.C. los israelitas, que tenían problemas con los filisteos, acudieron al profeta Samuel, su gobernante, y le pidieron tener un rey, tanto para juzgarlos como para conducirlos en la batalla. Samuel les previno de dar ese paso, advirtiéndoles que un rey así les arrebataría sus propiedades y esclavizaría sus fuerzas. Pero ellos insistieron en ser como otras naciones, y para ello debían tener un rey. Un "rey" en el contexto de Medio Oriente era un gobernante que los trataba de forma despótica, bastante diferente de los posteriores gobernantes constitucionales de Occidente. Dio la casualidad de que los israelitas tuvieron la suerte de tener en Saúl, David y Salomón una serie de gobernantes notables que dieron a Israel un poco de orden e incluso cierta gloria internacional. El juicio de Salomón al problema de dos mujeres que reclamaban el mismo niño es sólo el ejemplo más famoso de su legendaria sabiduría. Pero incluso estos monarcas demostraron ser opresores, y al final la carga de pagar los grandiosos proyectos de Salomón terminó por dividir a Israel. De una u otra manera, las civilizaciones no occidentales han estado gobernadas de manera despótica casi invariablemente. De cualquier forma, la imaginación occidental ha repudiado en general a los déspotas: faraones crueles, emperadores romanos trastornados como Calígula o Nerón, remotos emperadores exóticos en la India o en China. En Occidente el deseo de poder despótico ha necesitado disfrazarse. Los europeos han sido seducidos, algunas veces, por un despotismo que se camufla bajo la atractiva forma de un ideal, como ocurrió en los casos de Hitler y Stalin. Este hecho nos puede recordar que la posibilidad del despotismo no es remota en el espacio ni en el tiempo. MI VERDAD.- Muchos países siguen gobernados de esta manera, lo que es una amenaza de dolor y muerte en cualquier momento.