Nacida en Tepatepec, cabecera del municipio Francisco I. Madero en el estado de Hidalgo, la senadora Xochitl Gálvez se perfila como candidata presidencial del llamado bloque opositor que ahora usa el membre de Frente Amplio por México.
Su biografía es interesante, de esas que suelen usarse como “historias de éxito”, como prueba irrefutable de que sí se puede triunfar en un sistema social que se caracteriza por la generación y multiplicación de la miseria. Es la prueba de que todo es cuestión de echarle ganas. La población en la que Xochitl nació se ubica en el Valle del Mezquital, región indígena típicamente expulsora de población joven que, a principios del siglo pasado, buscaba oportunidades de mejoría económica en municipios cercanos como Tula y Pachuca, trabajando en la producción agrícola y en algunos oficios urbanos marginales como albañiles, cargadores, etc.
Conforme se fue impulsando el proceso de urbanización e industrialización del país, los jóvenes del Valle del Mezquital cambiaron el destino de su migración, ahora se enfilaban sobre todo a ciudades como el Distrito Federal, Guadalajara, Tijuana, ciudades en las que el ímpetu de la construcción era potente. Luego, a partir de la crisis de 1982 y del sismo de 1985 el destino migrante cambió hacia los Estados Unidos. El caso es que esa región se quedó, o la dejaron, al margen del proceso industrializador que propició la urbanización de buena parte del país y, con ello, al margen de las posibilidades de empleo, de educación o de atención a la salud. La emigración era la salida lógica, o quizá la única.
Entonces, del Valle del Mezquital puede decirse que su mayor producción son los migrantes, en otras palabras, por lo menos en buena medida la gente que sobrevive en esa región lo debe a quienes lograron cruzar la frontera con Estados Unidos, esos que desde allá envían crecientes remesas de las que el Valle es la principal zona receptora lo que, a su vez, impulsa el proceso de emigración. Por supuesto que el caso del Valle en particular, o del estado de Hidalgo en general, no es único. De hecho, otros estados superan al de Hidalgo en eso de expulsar población como es el caso de Zacatecas, Michoacán, Durango, Guanajuato, Morelos, Nayarit y Jalisco. ¿Y que tienen en común esos estados, aparte de “exportar” ciudadanos mexicanos? Pues que se trata de indígenas, en su gran mayoría, los mexicanos que “no caben” en nuestro país, que tienen que buscar acomodo en otras naciones a riesgo de su vida y de su dignidad.
Se trata, en síntesis, de un modelo de país, una forma de sociedad mexicana en la que no caben los indígenas, salvo como el folclor que adorna el modelo de desarrollo profundamente injusto que despoja recursos naturales, que contamina ríos, lagos y agua subterránea, que depreda la naturaleza y, con ello, restringe severamente las posibilidades de subsistencia de las comunidades rurales, especialmente las indígenas. Contra esas injusticias se han levantado muchísimos mexicanos, unos con estrategias legalistas, otros con organización comunitaria y otros más tomando las armas cuando descubren que la legalidad está construida, precisamente, para que las luchas por reivindicaciones de derechos indígenas sean derrotadas una y otra vez. Muchísimos mexicanos, indígenas o no, están comprometidos con esas luchas que se pagan con cárcel o con la vida, propia o de la familia. Son hombres y mujeres que luchan por el entorno natural, por el respeto a las prácticas comunitarias, por evitar el despojo de sus tierras y aguas, por sus familias, por lo indígena. No es el caso de Xochitl.