Arrancamos… ¿transformación con la Reforma? De las ahora llamadas tres transformaciones, es probablemente el único evento que sí implicó una gran transformación. Se consolidó el Estado, se reafirmó la independencia, se entró en un periodo de aparente madurez, se estableció el laicismo político... y quizá lo más importante: la confiscación y remate de bienes del clero permitió que mexicanos de estratos sociales bajos subieran su nivel económico. La Reforma significó la primera vez que México entró en un sistema social de clases y no de castas; es decir, donde tu nivel lo determinas tú con tu trabajo y tu productividad, y no es un hecho de nacimiento y color de piel. Claro, eso fue así en lo legal, pero en lo profundo de esa mente colectiva mexicana, el nacimiento y el color siguen siendo tristemente importantes. La Reforma generó un cambio en la estructura elemental, en lo socioeconómico, político, legal y religioso. Hubo movilidad en la pirámide social, muchos de abajo llegaron a arriba... y así como fueron explotados se convirtieron en explotadores. Es decir, no cambió la mentalidad, no cambiaron los condicionamientos y patrones, no dejó de existir el gandallismo, sólo tuvimos a distintos gandallas en el poder. Justo como en el siglo XX, justo como en el XXI. Cambió brevemente la estructura elemental de México, pero a lo largo del Porfiriato todo fue lentamente volviendo a su estado original. México siguió siendo una estructura de explotación y abuso, el color de la piel siguió marcando casi todo en la vida social, las leyes que nos declaraban a todos iguales nunca se aplicaron por igual, y lentamente la religión y la política volvieron a su ancestral matrimonio. La estructura mitológica es interesante en este periodo. Si de alguien podríamos decir que no tenía complejo de conquistado es de Benito Juárez; finalmente un indio analfabeto de la sierra que se impuso a todas las condiciones de la época, se ilustró y llegó a la presidencia. Además, Juárez fue cualquier cosa menos indigenista, como parte de su ideario liberal estaba la idea de que la única cosa buena que se podía hacer por las comunidades indígenas era sacarlas de su atraso e incorporarlas a la modernidad, aunque eso tuviera que hacerse a la fuerza. No hay en Juárez un discurso de conquista ni una reivindicación del pasado indígena. Presente y no pasado es lo que México necesita, dijo alguna vez. Su ideal era que México fuera como Estados Unidos, que se modernizara, que fuera global y estuviera a la vanguardia. Juárez pudo ser el defensor de México ante la invasión extranjera, pero no hay un nacionalismo cerrado en su discurso, no nos invita a mirarnos al ombligo sino a voltear al mundo. Tampoco hubo en Díaz una visión de conquista, mucho menos una narrativa indigenista o un discurso nacionalista. En el Porfiriato se establece por vez primera un sistema educativo y un proyecto cultural en miras de dotarnos de identidad. Don Porfirio se rodeó de una elite de artistas e intelectuales que trabajaron en la construcción de dicha identidad, pero con un discurso tan globalizador que terminó por ser europeo. En la visión de Díaz está mucho más el futuro que el pasado, no hay un México indio, pero tampoco uno mestizo que reconozca nuestra doble raíz; el discurso terminó siendo mucho más hispano y resultó inadecuado. En la realidad social, el blanco seguía arriba, el mestizo en medio y el indio abajo, los abusos y la explotación y una especie de semiesclavitud eran la normalidad, y la tan anhelada paz se logró a través de la represión y no de generar un pacto social incluyente. MI VERDAD.- lo mismo que ofrece el siglo XXI.