El otro día hice la comparación de un muro con una familia.
Los cimientos son los castillos, las varillas y el cemento, esos son los padres que son los que fortalecen a los hijos.
Los ladrillos o tabiques somos los hijos, que también con el tiempo son los nietos, los agregados que son los yernos y las nueras.
La vida nos da momentos de felicidad y de plenitud, pero también hay tiempos donde hay conflictos, que eso hace que la familia se divida.
Las grietas hacen que el muro se fracture por completo, empiezan siendo pequeñas fisuras que con el paso del tiempo no se pueden reparan, al final el muro se derrumba por completo.
Cuando los padres ya han partido de este mundo, hay hermanos que tratan de ser unidos por el amor que les dejaron sus padres.
Como un muro sin castillos puede seguir de pie por buenos cimientos.
Pero, desafortunadamente, hay familias que ya han muertos sus padres y se terminan separando, porque el muro se derrumbó, hay ladrillos sueltos o quebrados, que quizás pueda ser que sirvan para hacer otro muro.
Sería ideal fomentar a cada miembro de familia el buen diálogo, para prevenir problemas en el futuro pero también en el presente.
El amor de nuestros padres es la fórmula perfecta para la unión familiar, y como hermanos no ponernos trabas o malos entendidos, creo que también vernos como amigos.
Quizás ya no estará el papá o la mamá, pero seguiremos fortalecidos por el amor que nos dieron o nos dan nuestros padres.