En 1998 la Real Academia de Ciencias de Suecia decidió otorgar el Premio Nobel de Economía al profesor Amartya Sen, un economista hindú cuyo principal mérito, a juicio de la citada Academia, consistió en “haber devuelto una dimensión ética al debate sobre problemas económicos vitales”. Esta forma de abordar las condiciones de vida de los más pobres permitió a Sen hablar de la desigualdad como el verdadero problema principal, del cual la pobreza es solo una de sus expresiones.
Pudo, además, establecer un vínculo entre la pobreza y la libertad, lo que necesariamente conduce a consideraciones sobre el tipo de sociedad que apoya a los menos favorecidos o, por el contrario, perpetúa su desventajosa situación frente a los demás, con el consecuente efecto que esto tiene en la dignidad de la persona.
Esto último, la cuestión de la dignidad de los pobres ha resultado algo extraordinariamente difícil de comprender para quienes han nacido y crecido en condiciones de privilegio, como es el caso de Enrique de la Madrid, hijo del expresidente Miguel de la Madrid, el mismo que durante su sexenio abrió de par en par las puertas nacionales para que la doctrina neoliberal se aposentara con las consecuencias que hoy padecemos.
Dice Enrique de la Madrid, como parte de sus propuestas de política gubernamental para cuando sea presidente de nuestro país, que la pobreza se puede fácilmente desterrar con su genial idea de “Adopta a un mexicano”, estrafalaria proposición que consiste en que todo clasemediero y, por supuesto, cada uno de los que ocupan posiciones de privilegio, se haga cargo de pagar los estudios de un mexicano pobre. Así de fácil, la mitad de los mexicanos adoptando a la otra mitad, haciéndose cargo de una vida cuya pobreza y desventaja radican, precisamente, en la riqueza y ventajas de los privilegiados.
Lo extraordinario no es la propuesta sino el hecho de que quien la propone sea un economista, alguien que, se supone, realizó estudios que le permiten comprender el funcionamiento de la economía, específicamente la economía de mercado, misma que, por definición, es generadora de desigualdad. Y quizá esa sea la dificultad para comprender la pobreza, en la medida en que asumen que la desigualdad es una condición natural y no social, y que, por lo tanto, lo que hay que hacer es amortiguarla con caridad, en lugar de combatirla con justicia. Piensan qué si el pobre deja de ser pobre, entonces ¿para qué trabajaría? ¿Por qué se esforzaría para aumentar la productividad?
Y como bien le ha contestado Viridiana Ríos, de la Madrid se olvida que la clase media mexicana, por lo menos la mayor parte de quienes se ubican en esa franja, viven con tantas limitaciones que a lo más que pueden aspirar es a sobrevivir en ese estatus clasemediero, batallando para pagar servicios de telefonía celular, internet y sus correspondientes servicios de streming, pagar la mensualidad el abono del auto, de la casa y un largo etcétera. Por si fuera poco, el aspiracionismo y la solidaridad no suelen llevarse muy bien, que digamos.
Bien dice Pierre Bourdieu que para clasificar a alguien basta con conocer sus criterios de clasificación, de manera que alguien qué, como de la Madrid, divide a los mexicanos en dos categorías (los que podrían adoptar y los que necesitan ser adoptados), es alguien que no entiende que una de las preguntas obvias será la de ¿a cambio de qué un mexicano adoptaría a otro? Se olvida que dicha adopción es construir una relación de paternidad, no de solidaridad. Es cancelar oportunidades de desarrollo personal.