Arrancamos… Si reflexionamos sobre la historia política del México del siglo pasado, nos topamos con una paradoja. Las expresiones del populismo que conocemos han llegado por la vía institucional, esa peculiar vía nacionalista y revolucionaria que dominó durante el siglo XX. Ese nacionalismo revolucionario institucional fue durante décadas la base política y cultural del autoritarismo que durante años oprimió a México. Las instituciones gubernamentales no fueron un contrapeso, sino un puntal del autoritarismo. Se desarrollaron instituciones autoritarias y surgieron también instituciones de carácter populista, como el ejido o las organizaciones obreras y campesinas oficiales. Yo creo que una de las extrañas peculiaridades del sistema político mexicano, que tanto ha fascinado a políticos y politólogos en todo el mundo, es justamente esta paradoja: es capaz de mezclar populismo con institucionalidad. El antiguo régimen mexicano está profundamente teñido de populismo, pero ha sido también muchas más cosas. En esos setenta años hubo toda clase de corrientes políticas, y ciertamente, después de Echeverría y López Portillo, hubo un viraje hacia lo que a lo mejor se podría denominar como una especie de tecnocracia liberal poco democrática, o incluso nada democrática. Yo creo que hoy sin duda vivimos a escala global una confrontación entre estas tecnocracias liberales, por un lado, y los nacionalismos victimistas más o menos populistas, por otro. Esta confrontación la vivimos en México durante el último periodo del antiguo régimen. Hay que reconocer que el populismo que hoy gobierna a México es una criatura de la institucionalidad revolucionaria. Es un vástago que se desprendió del aparato gubernamental priista cuando fue abandonado el populismo de Echeverría y López Portillo para dar paso a una modernización llamada neoliberal. Ese populismo nacionalista se alió a algunas expresiones de la izquierda, lo que le dio un semblante progresista e incluso radical en algunos momentos. En la oposición, especialmente desde la transición democrática, el populismo sufrió una lenta involución e inició un retorno a las tradiciones conservadoras originales propias de la cultura institucional revolucionaria. Después de dos derrotas electorales. el populismo acentuó su giro a la derecha, rompió el cascarón izquierdista y con ello logró ganar las elecciones de 2018. Llegó al poder un populismo conservador e incluso reaccionario que se ha puesto como objetivo un regreso a la época preneoliberal. ¿Cómo se explica esta situación? ¿Por qué ganó el populismo? Para responder a estas preguntas es necesario entender el fenómeno populista. Si partimos de las experiencias latinoamericanas, podemos ver que el populismo tiene tres componentes básicos. En primer lugar, una masa de población heterogénea formada de residuos de sectores sociales tradicionales agraviados y excluidos por la modernización, y que aparecen como incongruentes y dislocados. En segundo lugar, una modernización capitalista extremadamente rápida y agresiva que genera lo que Torcuato di Tella denominó un "efecto de deslumbramiento" en la masa social excluida y empobrecida que responde con un profundo resentimiento. Y en tercer lugar, un líder carismático y autoritario que apela al pueblo con recursos emotivos, un ramillete contradictorio de ideas y que encabeza un movimiento que sobrepasa a los partidos tradicionales. El populismo es una forma de cultura política, no una expresión ideológica, aunque en ocasiones construye una orientación política que suele estar llena de contradicciones y que genera resultados catastróficos (como en Venezuela). He descrito el populismo como una cultura política alimentada por la ebullición de masas sociales caracterizadas por un abigarrado asincronismo y que reaccionan, deslumbradas, contra los rápidos flujos de modernización. MI VERDAD. - Creo que esta situación describe el auge y el triunfo de Obrador.