Arrancamos… LOS LAMBISCONES JAMAS SERAN VENCIDOS. - El premio Nóbel de literatura (1981) Elías Canetti descubrió que en ciertas sociedades la adulación, más que una práctica degradante, es una condición del poder: un cemento imprescindible sin el cual los regímenes bárbaros se derrumbarían. "Las expresiones exteriores del poderoso", escribió Canetti, "su tos, sus estornudos, el modo de limpiarse los mocos, deben ser imitadas y aplaudidas (por los aduladores). Si el jefe cojea, también deben hacerlo sus cortesanos. Ya en la antigüedad, Estrabón y Diodoro contaban que cuando el rey etíope recibía alguna herida en alguna parte del cuerpo, todos sus cortesanos debían sufrir la misma lesión. A principios del siglo pasado, tras visitar la corte de Darfur, un viajero árabe relató que cuando el sultán carraspeaba, como expresando el deseo de hablar, todos los cortesanos debían chistar, exigiendo inmediato silencio. Si el sultán se caía del caballo, los cortesanos también debían caerse: si alguno se abstenía de hacerlo, los otros lo derribaban y lo mataban. "En la corte de Uganda, cuando el rey reía todo el mundo tenía que reír; si estornudaba, todos estornudaban; si se resfriaba, todos tenían que quejarse de las molestias del resfrío; y si se cortaba el pelo, todos se lo cortaban. En el reino de Boni, en las Célebes, también era costumbre que los cortesanos hicieran cuanto hacía el rey: si él se bañaba, ellos se bañaban, y aun los viajeros que atinaban a pasar por el lugar debían bañarse también, con todo y ropas. De China cuenta un misionero franciscano que, cuando el emperador reía, tenían que reír los mandarines, y en cuanto el monarca dejaba de hacerlo, también paraban los demás, inmediatamente. Si Canetti hubiera recibido noticias de México podría haber agregado que cuando el presidente Lázaro Cárdenas, un entusiasta nadador, se arrojaba al agua a refrescarse, los de su séquito hacían lo mismo, aunque no supieran nadar; que aun los políticos más acostumbrados a usar corbata se la pasaron de guayabera la mayor parte del sexenio de Luis Echeverría; y que tal vez nunca hubo entre los políticos de este país tantos estudiantes de equitación, esgrima, tenis o artes marciales como en los años de José López Portillo. La adulonería siempre es producto de la abyección. En su forma más simple consiste en colmar de lisonjas al poderoso o mostrarse de acuerdo con él, aunque diga sandeces. Del otro extremo está la lambisconería, nacida del servilismo extremo; sus practican-tes, con tal de congraciarse con el superior, no vacilan en ofrecerle como amantes a su esposa o sus hijas, según se ha observado centenares de veces en el mundillo político mexicano Algunos politólogos creen que el estilo de lambisconería que se practica en una sociedad sirve para medir el mayor o menor grado de modernidad del sistema político. En cambio, ni la modernización de las costumbres, ni la mayor educación, ni siquiera la modestia del poderoso logran erradicar la práctica de la adulación cuando el poder real, total, inapelable, sigue concentrado en pocas manos. En un sistema donde todo el poder se concentra en manos del presidente, éste puede hacerlo todo menos impedir que los aduladores le mientan o traten de engañarlo. MI VERDAD. - En México, la adulación parece funcionar como ritual mágico para implorar milagros y ahuyentar maleficios.