POR: ABEL ALCALÁ H.
Para algunos sectores de ciudadanos mexicanos las alianzas entre partidos políticos con plataformas e idearios contrarios raya en lo inmoral como también consideran inmoral la migración de militantes y dirigentes entre los mismo partidos.
La inmoralidad de los dirigentes y militantes de los partidos políticos que se prestan a esas alianzas y trasiego se da por falta de: congruencia, cabalidad, convicciones, decoro, integridad, caballerosidad y de la deshonestidad con ellos mismo y con quienes fueran sus seguidores y simpatizantes que se sienten engañados.
Esa porosidad de los partidos políticos, por donde entran y salen militantes y se negocian las alianzas, es un fenómeno que abarca primero a la comunidad en general y luego a otras entidades y que fue bautizado con el nombre de Modernidad Líquida.
La modernidad líquida es una figura del cambio y de la transitoriedad: los sólidos conservan su forma y persisten en el tiempo: duran, mientras que los líquidos son informes y se transforman constantemente: fluyen y se filtran por los poros de las instituciones..
Vivimos en una sociedad líquida en la que la incertidumbre por la vertiginosa rapidez de los cambios ha debilitado los vínculos humanos. Lo que antes eran nexos y relaciones potentes ahora se han convertido en lazos provisionales y frágiles, todo es negociable, todo es permitido.
Regresando a los partidos políticos, “Son entidades de interés público con personalidad jurídica y patrimonio propios, con registro legal ante el Instituto Nacional Electoral o ante los Organismos Públicos Locales, y que tienen como fin promover la participación del pueblo en la vida democrática”. Los partidos políticos se consideran entidades de interés público porque hacen posible o facilitan que los ciudadanos participen en la vida democrática, integren la representación nacional y accedan al poder político.
Queda bien establecido y claro y entendido que los partidos políticos están al servicio del ciudadano y nunca a la inversa, es decir, los partidos políticos son Instrumentos del ciudadano, están a su servicio puesto que se sostienen con dinero público.
Los partidos están inmersos en la comunidad y su militancia y dirigencia se conforma de los ciudadanos que pertenecen a esa comunidad, de tal forma que la calidad moral del ciudadano podrá reflejarse en la vida interna y externa del partido. Acaso es creíble que un ciudadano deshonesto se vuelva honesto al ingresar a un partido o cambiar de partido o a la inversa.
Formamos una sociedad donde el “pueblo bueno y sabio” en su gran mayoría vive por debajo de su dignidad humana, en la miseria, con pocas o nulas probabilidades de abandonar ese estado y otra mayoría de pueblo existe atrapada en los vicios del placer, el dinero y el poder.
Lo anterior mencionado nos lleva a tratar el tema de la política (la cosa pública, la cosa de todos) que es una virtud, es decir, quien se dedica a la política debe ser una persona con hábitos buenos, vivir cotidianamente de manera honesta, prudente, justa, solidaria, siempre viendo por el bien de la comunidad.
Quienes son vividores de la política son los viciosos que practican consuetudinariamente la demagogia, la mediocridad y el saqueo del erario.
La inmoralidad de los actos pertenecen a cada ciudadanos en lo individual no a los partidos políticos que son entes jurídicos, pues solo el hombre, como especie, es capaz de hacer el bien o el mal.
En la actualidad la política en México está más cerca de Nicolás Maquiavelo (El Príncipe) que de Aristóteles (Ética a Nicómaco)
Los partidos políticos aunque son de interés público tienen “dueños” y nunca darán la cara, ellos solamente se encargan de colocar a la gente en los puestos claves para que cuiden de sus intereses.
Si preguntan por el remedio, les digo; está en que cada uno de nosotros seamos honestos, virtuosos y se rompe el círculo vicioso de la demagogia, de la mediocridad y del robo. Usted lector dice la última palabra.