POR: DANIELA CARLOS ORDAZ
“Que tiemble el Estado, los cielos, las calles
Que tiemblen los jueces y los judiciales
Hoy a las mujeres nos quitan la calma
Nos sembraron miedo, nos crecieron alas...”
La pandemia es sin dudas, un virus que ha matado a casi cuatro millones de hombres y mujeres en todo el mundo, aunque las cifras reales según la OMS, podrían alcanzar entre los siete y diez millones de muertos.
Al mismo tiempo, retomaba poder un nuevo monstruo, enemigo de las mujeres desde hace mucho tiempo... el de la violencia. Esa que surge con un pequeño empujón, con un “No me gusta como te ves”, “Esa ropa es muy provocativa, cambiate”, “No opines, no es propio en una reunión de hombres”, “Te celo porque te quiero”; hasta el “Te pego porque te quiero”, “Tu tienes la culpa de que lo haya hecho, tu me provocaste”. Ese monstruo que solo daña a las mujeres, que las hace callar por no mostrar en casa la realidad de una vida llena de pena y sufrimiento, de un matrimonio fragmentado, que trata de mantenerse a flote mientras por dentro te consumes y finges que todo está bien. Familias rotas, esposas agredidas, hijos abandonados, desorientados y alejados del concepto real de lo que es una familia.
¿Qué pasó con esas mujeres que se quedaron sin un albergue, sin un hogar temporal, sin trabajo, sin el apoyo del gobierno o de su familia?...
Algunas sobrevivieron, otras se quedaron en la línea y algunas otras, siguen en pie de lucha, porque eso son estas mujeres, guerreras, luchadoras incansables que para lograr salir adelante tienen que ceder en ciertos momentos, para después hacerse valer con tanta fuerza, que hasta tiembla la tierra cuando lo hacen.
Pero, y qué pasó con aquellas que fueron asesinadas, aquellas que desaparecieron de la nada y se convirtieron en polvo, que su familia no volvió a verlas después de que dijeron “Ahorita regreso”. Aquellas que subieron a un taxi y no llegaron en su destino, ¿qué pasó con esas mujeres que el gobierno las convirtió en un número, en una cifra, en una barrera y una valla a la que hay que derrivar?, porque en nuestro país vale más un monumento que las casi 700 muertes de mujeres víctimas de violencia este año.
De estas mujeres no se habla, no se dice una palabra, igual que ellas el día que acallaron sus sueños y mataron de golpe sus ilusiones y las de sus familias. Cada vez que alguien se queja por los escandalos de las manifestaciones me pregunto: ¿Y si fuera una amiga, una prima, una compañera de trabajo?, ¿Y si fuera tu hija, tu esposa, tu madre? ¿No actuarías igual que ellas al ver que los años pasaron y no se hizo justicia?, que si bien no te prometen algo, tampoco se comprometen con la causa, no te escuhan, no atienden, no comprenden... Pero en fin, ¿qué van a saber del dolor quienes no han tenido una perdida?, ¿qué van a saber de miedo quienes no tienen que tener horario para poder salir? Porque en nuestro caso, preferimos no salir después de cierta hora, o antes de que claree el sol, porque sentimos que alguien puede aparecer y por gusto o por placer desaparecernos de la faz de la tierra.
Si bien hay personas que ejercen erroenamente su manera de protestar, como en todos los movimietos, eso no significa que el movimiento esté equivocado y que los hechos no hayan ocurrido.
Este años, la pandemia nos trajo un aumento del 7% en homicidios contra mujeres.
Sabemos de antemano que el país no es seguro para nadie, hombres y mujeres por igual, pero las mujeres tenemos en contra los asesinatos en los cuales el móvil fue: “porque es mujer”, “porque soy más fuerte que ella”, “porque no puede estar con nadie más que conmigo”, “porque puedo”, “porque la amo y ella no me amaba más”, “porque necesito una vida nueva y me estorba para hacer realidad mi sueño”, “porque la deseaba y no podía tenerla”, “porque quise hacerla mía y se resisitió”... estas y tantas más son las respuestas que dan los asesinos de mujeres, los agresores, los que no verás tras las rejas porque en nuestro país las leyes no favorecen a la mujer en estos casos y llegan a decir frases estupidas como: “¿qué hacía en la calle a esas horas?”, “estaba toda tatuada”, “tenía fama de ser fácil”, “ella lo provocó”.
¿Quién habla por ellas, quién hablará por nosotras, quien hablará por ti?
Es momento de ver la realidad a nuestro alrededor, parar y hacer algo, poner un alto a este virus que nos ataca y nos destruye de apoco. Es momento de unirnos y de alzar la voz. Es momento de gritar: ¡Justicia, justicia, justicia!
Y para qué son las alas, sino más que para volar...