POR: ABEL ALCALÁ H.
Cuando las personas en lo individual, familiar, social y político son agraviadas con injusticias y no cuentan con los medios ni las instituciones a su disposición para evitarlas y superarlas en el corto y mediano plazo, se hunden en un estado de amargura.
La amargura es un sentimiento duradero de frustración, resentimiento o tristeza, especialmente por haber sufrido una desilusión o una injusticia; es el resultado de un resentimiento por una ofensa y se convierte en Ira o en dolor o en odio. Nadie puede ser feliz o tener paz si su corazón está lleno de amargura.
Las manifestaciones más comunes de la amargura son, entre otras muchas; la violencia contra los no nacidos (abortos), contra los niños, las mujeres, los ancianos, los débiles, los desamparados discapacitados y contra instituciones de ayuda y mutualidad.
Se rompe todo el orden moral y se vuelve difícil o nula la realización o actualización del ser humano para lograr su plenitud humana y como muestra tenemos que son muy pocas las personas que tienen el hábito de la Integridad que es pensar bien y actuar bien.
Lo que más genera amargura son los ataques sistemáticos, desde el propio gobierno y sus dependencias, al derecho a la vida, al derecho a la salud y al derecho a la educación. Imponen al pueblo una “moral laica” que es una moral sin Fin o Bien último, sin normas, que ordenan a ese Fin y por tanto es un contrasentido. Es una moral inmoral.
La consecuencia es que la política y el derecho ya no están supeditados a la Ética y sin Ética ya no existe la forma o el alma que da unidad y vida al cuerpo social. La vida inmoral y desordenada acaba por arrastrar a la razón a juzgar en lo particular contra el conocimiento universal. “Los patos le tiran a las escopetas”.
El hombre de hoy, sustituye las normas morales por reglas de urbanidad, por las costumbres, por los consensos sociales, forma su conciencia moral en función de datos de estadística. Creen que la ciencia Ética es un saber opinable.
Debido a lo anterior se violentan las libertades, se menoscaban los derechos e inventa los “torcidos” que van en contra de la naturaleza de la persona, denigran la verdad y entronan a la mentira, la corrupción y la mediocridad. Desconocen que el derecho no es una fuerza sino una deuda.
Un país con muchos gobernantes y demasiados habitantes mentirosos y relativistas, que los mueve más el instinto, las pasiones, el poder, el dinero y el placer está condenado a la ruina.
El reto es pasar al contento que es lo contrario a la amargura; los ciudadanos debemos dejar la amargura y pasar al contento, el contento no es una virtud innata, se adquiere con gran resolución y diligencia en el empeño de vencer los deseos desarreglados, es decir, el egoísmo, la envidia, la codicia, la pereza y el odio. Es hacer el bien para todos y evitar el mal a los demás.
Para llegar a estar contentos y trabajar cotidianamente por la grandeza de la patria, de la familia, por el bienvivir de todos y de enderezar lo torcido, hay que ser prudentes, reconocer límites a las cosas, se debe descubrir la naturaleza de las cosas para utilizarlas racionalmente llevándolas a su plenitud sin maltratarlas.
Si es grande la aspiración de cambiar las condiciones en que se encuentra nuestro municipio, estado y país, un propósito que se debe adoptar de inmediato es llevar esperanza, salud y veracidad a los corazones de la gran mayoría de la población.
El contento exigen que el pueblo deje de ser tratado como gobernado y pasa a ser gobernante. Tomar en nuestras manos las acciones para realizare las obras que nos demanda la vida social, el desarrollo y progreso, pues la amargura y lamentos sirven solamente mostrar cobardía e indolencia. Usted lector dice la última palabra.