POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
Luego del proceso electoral del pasado día 6 nos encontramos ante un reacomodo de las fuerzas políticas que, sin embargo, no parecen disminuir el grado de antagonismo. El mismo día de la elección, aún antes de que se oficializaran los resultados preliminares, ya se estaba dando la siguiente batalla, ahora por la imposición de la narrativa triunfalista de parte de cada uno de los dos polos contendientes.
Tanto desde el gobierno, como desde la oposición, se escucharon voces que se atribuían la victoria sin concesiones al adversario. Sin embargo, una vez que se contaron los votos oficialmente quedó al descubierto la expresión de las preferencias electorales de los ciudadanos mexicanos. Ambos lados, gobierno y oposición, ganaron y perdieron. Quizá lo más significativo es el hecho de que ahora, más que antes, ambas fuerzas están obligadas a negociar. El problema es que, si no saben dialogar, mucho menos sabrán hacer concesiones para, a su vez, obtener algo equivalente de la otra parte.
De algún modo son la expresión de una cultura política construida durante muchos años, una manera de relacionarnos sobre los asuntos públicos siempre de manera desigual, siempre desde la inequidad y, por tanto, siempre en lucha por hablar con el otro desde posiciones de superioridad, presunta o real, nunca desde un plano de igualdad en derechos, aunque se sostengan puntos de vista divergentes. Por eso el respeto pocas veces guía la interlocución entre los diferentes actores políticos de nuestro país. Por eso pocas, muy pocas veces consideramos la posibilidad de que quien tiene opiniones diferentes, pudiese tener algo de razón.
Por eso los “diálogos políticos” suelen iniciar con la descalificación del otro, con la negación de la posibilidad de que los demás, o sea, los otros, se puedan considerar como un nosotros, aunque sea parcialmente. Apostamos al todo o nada, como si solo fuera posible tener todo en común para llamarnos país.
Por eso los llamados son a reagrupar fuerzas, a preparase para la contienda que sigue, primero la consulta sobre si se enjuicia a los expresidentes, luego el plebiscito para decidir si se revoca o confirma el mandato a López Obrador, después la elección de algunas gubernaturas, luego la elección del sucesor de AMLO y así, hasta quien sabe cuando. Es cierto que pensamos diferente, somos una nación multicultural con muy diferentes perspectivas sobre el camino que debemos seguir, y eso, lejos de ser una rémora, es una enorme posibilidad de enriquecer nuestra sociedad.
Por todo lo anterior llama la atención que una de las organizaciones patronales, el Consejo Mexicano de Negocios, CMN, tome distancia de las otras agrupaciones empresariales que abiertamente siguen llamando, tanto a sus agremiados como a sus simpatizantes, a ocupar posiciones políticas a las que se puede acceder electoralmente, pero siempre desde los partidos que ya tienen coptados. El CMN, sin embargo, hace un extraño llamado a dejar de buscar adversarios y, en lugar de ello, hacer el esfuerzo por construir acuerdos que vayan más allá de los intereses gremiales.
Se ve muy cuesta arriba la posibilidad de que lleguen a algún arreglo que permita que la vida política en nuestro país siga, permanentemente, transitando por la vía institucional, un camino que varios de los actores sociales, nacionales o extranjeros, involucrados han intentado dinamitar más de una vez con sus iniciales llamados al ejército primero, y luego al gobierno de Estados Unidos para que ponga orden. Por eso el afán de crear ingobernabilidad, caos y desestabilización, como si no estuvieran a la vista las imágenes de lo que sucede en países hermanos en Centroamérica.
