POR: AGENTE 57
Arrancamos... ELECCIONES SIN COMPETENCIA. - Con la fundación del Partido nacional revolucionario nació un régimen. Al establecer el espacio conciliador de las revoluciones y los caudillos, Plutarco Elías Calles instituyó el núcleo de un nuevo sistema, el espacio consensual más no democrático que marcaría el resto del siglo. En esa cubeta se remojarían prácticamente todos los actores y se cocinarían todos los intereses relevantes. Como apunto Enrique Gonzales Pedrero, el PRI no era fragmento, era “síntesis política del todo”. Por ello el acuerdo que dio origen al Partido nacional revolucionario no solo creo un partido: inauguró un nuevo sistema político. El partido de la revolución jugaría muchos papeles. En primer lugar, servía como artefacto simbólico: una pieza clave para la identificación del régimen con la nación y la revolución, que revela su entraña verdadera. En segundo término, el partido era un poderoso adhesivo de lealtades. Inicialmente por medio de los caudillos, luego a través de las corporaciones, el organismo de la revolución estaba marcado por una decidida vocación absorbente: incorporar siempre. Finalmente, el PRI y sus antepasados habrían de cimentar la permanencia del sistema. Función simbólica, integradora, y reproductiva. El PNR se dijo propietario de la revolución. Así, en singular. También hacía suyas las efigies anteriores a 1910: los héroes de la independencia y la reforma; el orgullo independentista y la causa liberal. Se trataba de un partido por encima de las parcialidades: un partido nacional. Sus colores eran los colores de México. La expropiación de la simbología nacional mostraba el vicio de origen del partido oficial: la confusión entre la parte y el todo; la identificación del partido con el gobierno y, de cuentas, con la patria. En ese mundo de alegorías exhibe su mayor contradicción: es un trozo que no se acepta como tal, su pretensión es la totalidad. En segundo lugar, es importante hablar de la función pacificadora del partido oficial. Nacido entre los coletazos de la guerra civil, el partido gubernamental enalteció la unidad como valor supremo. Disciplina: la rígida virtud del priismo. El PNR fue ideado, en efecto, como antídoto de violencia. No era el vehículo de una ideología sino un artefacto para terminar con la guerra civil. Condensador del pluripartidismo extremó de los años 20, el partido oficial tenía como función principal evitar que las diferencias explotaran a balazos. De esta manera, el hijo de Calles sacó México del círculo feroz de la anarquía y el militarismo. La clave estuvo en su diseño de embudo, su política de puertas abiertas. El “organismo político de la revolución mexicana” fue fundado como un partido de partidos, una gran coalición de caudillos regionales, una imponente alianza nacional. Las reformas cardenistas hicieron del partido de la revolución mexicana un pacto entre clases: una estructura conformada por corporaciones. El PRI los llamo sectores. Sea cual sea su nombre y su complexión, lo importante de este vasto concierto de inclusiones fue que ofreció una pista para escapar del perverso circuito de la historia de México: de la anarquía al militarismo, del militarismo a la anarquía. Finalmente, El PRI funcionaba como portentosa maquinaria de legitimación electoral. Como se ha repetido innumerables veces, fue creado de arriba hacia abajo sin la intención de disputar el poder, sino con el propósito de conservarlo. Esta máquina sirvió para que la perpetuación del sistema no dependiera ya de la longevidad de un hombre. El régimen logró lo que Thomas Hobbes llamaría su “eternidad artificial” a través de la institucionalización. De hecho, su inmortalidad se basaba en la constancia del relevo. El organismo perduró gracias a la vitalidad de su sistema circulatorio. El partido oficial lograba resolver así el gran problema político de la revolución: la transferencia del poder. Como eslabón sucesorio, permitía un suave, efectivo y constante flujo de las élites políticas. Bajo su sombra habría espacios legales para la formación de otros partidos. En su famoso discurso del primero de septiembre de 1928, calle sostenía que las fuerzas opositoras también debían organizarse. Sin embargo, eran concebidos a priori como agrupaciones reaccionarias, condenadas, por lo tanto, a una irremediable condición minoritaria. Para los partidos de la reacción, la legitimidad en exclusiva. Esa tensión (legalidad pluripartidista, legitimidad de un solo partido) descubre la esquizofrenia que se manifestó en el sistema mexicano de partidos durante esos tiempos. Un sistema no competitivo que, sin embargo, tolera a los partidos minoritarios a condición de que lo sean. La indisputable legitimidad histórica del partido de la revolución borraba cualquier pretensión de imparcialidad. El juego electoral no era una competencia entre iguales. Si el Estatuto legal de las oposiciones era precario, sus recursos políticos lo eran aún más, pues las instituciones se inclinaban estructuralmente hacia los intereses del PRI, la legislación obstaculizaba la organización de las alternativas y las autoridades fomentaban la parcialidad. MI VERDAD. - como extrañan los PRIANRD estos tiempos.