POR: MIGUEL ÁNGEL SAUCEDO L.
En la colaboración anterior mencionábamos como se construyó el actual orden social, el neoliberalismo que ahora regula nuestra forma de relacionarnos, tanto entre individuos como entre naciones. Reconocíamos la gran perseverancia de Hayek y otros pensadores y, sobre todo, la gran estrategia de fundar “tanques de pensamiento” (los famosos “think tanks”), esos grupos de pensadores y propagandistas financiados por magnates, y luego por gobiernos, para desarrollar y difundir ideas que reafirmaran el pensamiento neoliberal. Estrategia que dio tan excelentes resultados qué a partir de los años 80 del siglo pasado, primero en Inglaterra y luego en Estadios Unidos, esas ideas se convirtieron en políticas domésticas de gobierno, para afianzarse luego como política planetaria a partir de 1989 con el famoso Consenso de Washington.
De entonces a la fecha, decíamos, la lista de millonarios creció al tiempo que los millones de pobres se incrementaban también. De las paradojas del capitalismo, se trata de acumular capital hasta generar condiciones en las que esta acumulación se vuelve inviable. En esos momentos es que se abren las posibilidades para revolucionar la sociedad o, al menos, hacerle reformas para evitar la autodestrucción capitalista. Desde hace tiempo se hacen vaticinios en torno a la inminencia de esos momentos e, incluso, hay quienes opinan que justo ahora estamos en esa coyuntura.
Los optimistas respecto a la posibilidad de reformar al capitalismo, que los hay, consideran que esa gran oportunidad llegó. Asustados por el fantasma del populismo que recorre centro y Sudamérica y que, incluso, ya estuvo 4 años en Estados Unidos personificado en Trump, ven ahora en Biden el gran reformador que le dará nuevos bríos a un capitalismo que parece haber agotado sus posibilidades en su versión neoliberal. Ahora Biden arroja al basurero las ideas contenidas en el libro de Hayek “Caminos de servidumbre”, recupera las propuestas de Keynes revirtiendo el papel del Estado y, sobre todo, desecha las ideas contenidas en aquella frase de Reagan “Los ricos no son lo suficientemente ricos, los pobres no son lo suficientemente pobres…”, pronunciada en su campaña electoral en 1979. Una frase que se convirtió en política de gobierno al cancelar los subsidios que el gobierno otorgaba para la atención a la salud, educación y otros servicios a la clase trabajadora, al mismo tiempo que reducía la carga fiscal a las grandes fortunas y a las extraordinarias ganancias que ya obtenían las grandes corporaciones.
Ese fue el camino que inauguró el presidente republicano Ronal Reagan pero que luego siguió fortalecido por los siguientes presidentes, incluidos los demócratas como Carter y Clinton, con algunos tímidos intentos reformistas por parte de Obama. Ahora el camino parece que se bifurca ligeramente hacia una mayor participación estatal en la economía.
Con un gigantesco programa de más de dos billones de dólares de inversiones en infraestructura, Biden pretende disminuir sensiblemente la enorme desigualdad sistemáticamente generada en cuatro décadas de neoliberalismo. Al menos eso parece al observar que una parte (cuatrocientos mil millones) de esa inversión va destinada a la creación de todo un sistema de personal destinado al cuidado y atención de adultos mayores con alguna incapacidad. Apoyos para madres de familia que han descuidado a sus hijos para ponerse a trabajar, mejoras a las escuelas en servicios y equipamiento y, por supuesto, en carreteras, caminos, puentes y en todo aquello a lo que usualmente se le llama infraestructura.
La parte interesante es que los recursos necesarios saldrán de las grandes corporaciones a las que les aumentará los impuestos de 21 a 20 por ciento. Trump los había disminuido del 32 al 21.