POR: AGENTE 57
Arrancamos…El sistema educativo mexicano, desde los años treinta, se enfoca a la construcción cultural que dote de legitimidad al régimen, en perjuicio del otro objetivo educativo, la dotación de herramientas para niños y jóvenes. Este fenómeno va a perpetuar la cultura autoritaria, por lo que se aprende, pero también por cómo se aprende. Debido a que no existen evaluaciones del aprendizaje sino hasta hace muy poco tiempo, no es fácil saber en qué momento la escuela en México se convierte en productora de jóvenes con poca preparación, pero bien adoctrinados en la versión histórica del régimen: ‹‹El uso del nacionalismo tal como históricamente se ha implantado en el México posrevolucionario entra en flagrante contradicción con la idea de una democracia política representativa››. Lo que, si podemos evaluar, al menos parcialmente, es el proceso de cambio de la cultura política. Para inicios de los sesenta, la inmensa mayoría de los mexicanos no tenía mayor interés en la política ni percibía que el gobierno tuviese algún impacto en su vida cotidiana. Analistas describen la cultura política mexicana como ‹‹alienada y aspiracional››, es decir limitada en lo político, alejada de la toma de decisiones, pero con la esperanza de que la Revolución cumpla sus promesas. Todavía en 1982, más de la mitad de los encuestados no tenía ningún interés en la política, proporción que crecía a 70% en las zonas rurales. En 1984, otra encuesta localizaba ya un apoyo significativo a las libertades democráticas, pero concentrado en la población urbana y, dentro de ella, en la que tenía estudios profesionales. Para 1994, un panel de encuestas del Instituto Federal Electoral concluía que ‹‹podemos afirmar que existe una elevada simpatía para los valores y las prácticas democráticas, lo que significa un potencial favorable para consolidar la cultura política democrática››. No debe sorprender que el cambio en la cultura política se pueda ubicar en algún momento hacía inicios de los ochenta. La cultura política que existía en México, y que el régimen de la Revolución fortaleció, era una cultura de subordinación que no exige al régimen, sino que pide, y sus demandas son fácilmente cubiertas, al menos por un tiempo, mientras alcancen los recursos para ella. Pero si a esta cultura le sumamos la estructura corporativa, resulta claro que no es necesario atender las demandas de toda la población: basta con cuidar los liderazgos. El régimen está construido de forma tal que las demandas de la población, y en particular la de los líderes corporativos, son contradictorias. Así, mientras que se quiere crear un Estado de bienestar que otorgue educación, salud y seguridad a los mexicanos, por otro lado, no se quiere incrementar la carga impositiva en la clase media y los empresarios. Mientras se busca que la población de las ciudades tenga acceso a alimentos baratos, se quiere impulsar la producción en el campo. Las contradicciones de estas demandas son consustanciales al régimen, y por ello no es de extrañar que, cuando tuvo que cumplir todas al mismo tiempo, se hubiese derrumbado. Pero esto no es producto de una ‹‹traición›› a la Revolución; es el resultado esperable de un régimen corporativo, autoritario, pre moderno, que enfrenta las demandas de la modernidad. El derrumbe de los elementos estructurales del régimen, y la difícil desaparición de la cultura autoritaria, a diferentes ritmos por cuestiones geográficas, económicas, educativas, da como resultado ‹‹que en México nos encontramos con una cultura fragmentada típicamente posmoderna, alojada en un contexto socioeconómico relativamente atrasado en el que se antoja a veces reconocer elementos pre modernos››. MI VERDAD. - El experimento mexicano fracasó. Hay que intentarlo de nuevo.